Por Sebastián Robles
La vejez
El año pasado subí a Facebook una historia cortita, provocadora, que se me había ocurrido. Empezaba con una mujer tirada en una cama, pensando en otras mujeres, masturbándose. Entonces el marido la llama, ella se levanta y es una vieja. Se pone los anteojos, el bastón. Eso tuvo un rebote inmediato, hubo comentarios, y al día siguiente se me ocurrió continuarlo. A partir de entonces, durante dos meses, todos los días a las doce y media subía un capítulo. Y como había una cierta expectativa, hice una novela con eso. Se llama Una mujer sentada. Y me metí con una problemática que desconocía por completo, que es la problemática de los viejos. Son dos viejos que están encerrados en un departamento. Todo pasa en la cabeza de ella, que se empieza a acordar de unas cartas que había recibido una vez su marido de otra mujer, que se llamaba Nené, y se acuerda de la relación fugaz que ella tuvo cuando era joven con un fotógrafo. La novela va y viene del presente.
Procesos técnicos
Nunca me propuse escribir la segunda parte de Leer y escribir. Cuando estaba terminando el año, me acordé del modo en que había trabajado con esa novela, que era un modo distinto al que usé en el resto de las novelas, que es esto de trabajar sobre la literatura. De hecho, después de Leer y escribir vinieron Mercado y Veneno, que son novelas de un lenguaje mucho más despojado. En Veneno casi no uso adjetivos. Lo que más hay son verbos y frases muy cortas. Leer y escribir tenía un trabajo más complejo con el lenguaje, debe ser porque es la primera novela que escribí. Aparecen muchas referencias literarias. Hay citas veladas. Entonces me dieron ganas de volver a hacer algo en esa dirección.
Procesos técnicos, que es la segunda parte de Leer y escribir, repite el esquema de la primera parte. Son 72 capítulos, la primera parte termina en el capítulo 28. Uso las mismas citas, pero cortadas. Conté la cantidad de caracteres y hay muchos menos que en Leer y escribir. Mi uso del lenguaje se volvió más económico. Se me ocurrió un pequeño texto al principio donde de alguna manera parodiaba a Leer y escribir. Así como Leer y escribir empieza con Bartel entrando al baño, acá empieza con Bartel saliendo del baño. Pero pasaron treinta años. Al día siguiente hice el segundo capítulo y supe que quería seguir. Nunca lo planifiqué. Era como un juego, quería saber qué personajes de la primera parte iba a conservar y cuáles no. Después Bartel sale de la casa, se toma el tren y hace todo el recorrido, y al final vuelve a la ciudad. Solamente que ahora vuelve a otro lugar.
Hay referencias literarias y cinematográficas dando vueltas. Me gustó eso. Leer y escribir tiene muchas citas. Yo empecé la segunda parte con la misma idea y me fui cansando por el camino. Hay menos citas en Procesos técnicos que en Leer y escribir.
Basilio Bartel, personaje
Bartel es atemporal. No tiene ninguna relación con el presente. Lo único que hay alrededor es pobreza. Toma el colectivo, toma el tren, trata de encontrarse con Veneno. Cada vez que puede roba, se la pasa comiendo golosinas. Es más pícaro. Ya casi perdió el contacto con el resto de las personas. Me gustó ver qué había pasado con este tipo treinta años después. Cuando viaja al sur trata de pensar en la familia, en si su madre está viva, pero le da fiaca. Está tan aislado que va perdiendo las coordenadas sociales, el vínculo. Así es como imaginé la evolución del personaje.
Cuando escribí Leer y escribir en 2003, yo había estado trabajando en una biblioteca muy parecida a la de Bartel. Yo quería hacer una novela para presentarla al premio Clarín y ganarlo. Me pareció que era una posibilidad. Si no, es difícil empezar a publicar. Si es difícil que te lean habiendo publicado, si no publicaste antes, peor todavía. Entonces me puse a trabajar sobre un personaje imaginario, que es Bartel, pero rodeado de personajes que son reales. Los hechos están inventados, pero podrían ser reales también.
Me interesan más los personajes que las historias. Su movimiento, las cosas que les pasan. No creo mucho en las aventuras. Bartel tiene cosas mías. Tal vez en algunos momentos soy yo mismo trabajando en esa biblioteca. Hay una tendencia mía al aislamiento. Esta cosa de no poder comunicarme bien con los demás.
Al nuevo Bartel lo hice viejo porque lo que había escrito antes también era una historia de viejos. Era explorar otra zona, como hice en Una mujer sentada. Hasta ahora venía trabajando con personajes de treinta, cuarenta años. Me preguntaba qué pasaba si me metía con personajes más grandes, qué tienen en la cabeza.
Onetti, Pessoa y el pesimismo
Uno empieza a escribir imitando cosas. Después encuentra cuestiones más personales y entonces ya no necesita la motivación de la lectura. Yo puedo estar sin leer e igual ponerme a escribir. En Leer y escribir aparecen muchas lecturas y escenas literarias. Hay algo de Onetti en mis personajes. Los personajes de Onetti también están al margen. Sólo que él hace explícita la moral de los personajes. Su lenguaje es sobrecargado. A mí me gusta cada vez más el lenguaje llano. Y nada de reflexión. Que mis personajes estén aislados, pero que no se sepa por qué. No me interesa lo que piensan, sino lo que hacen. Me seduce también Pessoa, esos escritores que leía hace muchos años son los que armaron la base de mi cabeza literaria. Esa idea de que no hay salida. Eso es algo de la filosofía literaria que a mí me seduce. Yo siento que no hay salida para mis personajes. Sin embargo no se quedan quietos. Bartel hace un esfuerzo para salir. Pero no tiene salida.
Onetti terminó siendo una especie de Bartel. Bartleby también es un modelo de personaje para mí. Esos tipos que se aíslan hasta la imposibilidad de contacto con lo que sea. Me gustan los ambientes cerrados. Por más que los personajes se muevan, lo hacen en espacios comprimidos. En trenes, por ejemplo. En Furgón los personajes están encerrados en un tren. En Una mujer sentada están todo el tiempo en una casa.
“Leer para seguir leyendo”
Mi propia vida puede tener algunos elementos de Bartel en algún momento, pero no tengo nada que ver con su modo de ver la vida. Bartel lee para aislarse. A mí me gusta leer para seguir leyendo, para establecer una conexión entre lo que leo y lo que vivo. Soy muy distinto a eso, pero tal vez está la fantasía o el miedo de serlo en algún momento, y el deseo de evitarlo. Es una manera de combatir esa posibilidad de transformarme en un tipo que solamente lee, y pierde el contacto con los otros.
El miedo
Bartel es mi miedo. Terminar como él en algún momento: aislado, sin ninguna relación con las cosas que me pasan o que pienso. Esta idea de la muerte del deseo. Bartel ya no desea, directamente. En Procesos técnicos eso queda claro. Lo que piensa al final es: “estoy viejo”. Es todo lo que pensó durante toda la novela.
Es el miedo de cualquiera, por lo menos en las personas que tienen el hábito de pensarse a sí mismos. Hay personas que lo tienen más desactivado. A veces el consumo de objetos o de personas hace que haya gente que circula más ligera. Pero la gente que se piensa a sí misma de manera más metódica y organizada, y los que se dedican a una actividad artística más todavía, tienen ese miedo de que en algún momento se van a secar, se va acabar todo, y se van a transformar en estúpidos. No poder escribir más, o escribir cosas que no le van a interesar a nadie, terminar tirado en una cama. Eso es el miedo a gastarse. Bartel me sirvió para reflexionar qué pasa cuando alguien se gasta.