Este miércoles 3 de diciembre a las 19:30 se realizará la presentación del libro de poemas La soledad del instante, de Valeria Sabbag, publicado por la editorial Vinciguerra. El evento tendrá lugar en la sede de la Sociedad Argentina de Escritores en la calle Uruguay 1371, 1° piso, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Se referirá a la obra la escritora Sandra Pien. Conversamos con Valeria Sabbag acerca de su libro y su relación con la poesía.
¿Cuál fue tu primera aproximación a la poesía?
Escribo desde muy chica y uno de los primeros géneros que se aproximó a mí fue la poesía junto con la prosa. Tomando tu pregunta como una invitación, me gusta decir que el género “se aproxima a uno” y no al revés. No me propuse entonces escribir poesía. Esa música llegó sola. Llega una necesidad de decir algo con un ritmo propio. Por supuesto que hay que abordarlo, conocer su forma (entrar en ese cuerpo) y conocer cómo se mueve. Luego, en ese movimiento, desplegar la libertad de nuestra voz.
Creo que el proceso en mí se da de esa forma y por momentos sigue siendo mágico. “La primera frase te la regala Dios”, nos decía un profesor en la universidad. Y debe ser cierto. Quizás es lo que le sigue aportando sorpresa, posibilitándome ganas de continuar escribiendo.
Curiosamente aún conservo conmigo algunos escritos de pequeña y de adolescente. La poesía entonces estaba enmarcada exclusivamente en el romance, en el amor, en sus ilusiones y desilusiones. Con el correr del tiempo descubrí que podía ser un papel infinito para cualquier emoción que quisiera contar. Y por supuesto, un cable a tierra, una aliada de la soledad, el dolor, y lo insoportable. Una aliada como una amiga que te permite abrir tu caja de emociones, que te ayuda a canalizar, que aliviana el sentir penoso y que te devuelve más entera, menos fragmentada.
¿Cómo fue el proceso de escritura del libro?
Caótico, ¡como siempre! Lo digo un poco en broma y otro poco en serio. El proceso de selección es por momentos angustiante. ¿Cuáles serán los poemas que integrarán el libro definitivo? Hay que estar sintonizado en profundidad con uno mismo para dejar que la emoción elija bien. Pero también hay que ser sincero con uno mismo y crítico a la hora de elegir. No todos los poemas son dignos de publicarse.
Mi primer maestro, al que adoro y admiro, Santiago Kovadloff, una vez me dijo que hay textos necesarios y otros que necesita la literatura. Los necesarios son para uno, para desahogarse. Pero a la literatura no le sirven, no le interesan.
Retomando lo que me preguntaste, en un comienzo tenía mucho material y desorganizado. Por suerte, mi editora, Lidia Vinciguerra, me dio una guía para que los poemas tuvieran lo que yo llamo un mismo volumen, para que lograran convivir en un mismo espacio, para que se tocaran con el mismo tono.
Después -y siempre- hay que corregir mucho. Detenerse y mirar a los poemas como nuevos, recién escritos y detectar qué queda y qué se va con el pulso de un cirujano. Toda la emoción, como digo, debe estar afinada. Y por supuesto, también hay que evitar que tanta corrección no arruine lo primero que quiso contarse. Que esa emoción genuina y desnuda siga estando. Por eso digo que puede ser angustiante. Nuestro perfeccionismo es necesario pero puede atentar contra nuestra obra. Hay que saber cuándo detenerse.
Debo decir -confesar- que corregí puntuación y detalles hasta último minuto. Y con esto me aferro a la idea que nos dejó Borges: un libro está terminado cuando se publica.
También hay que procesar el desprendimiento (atravesar cierto proceso personal) y saber que la obra no está sujeta más a nuestro entusiasmo por embellecerla. La obra pasa a ser de los otros, como siempre fue y como lo siento. Yo escribo para los otros. Aunque algunos poemas míos sean introspectivos, en todo momento siento que le hablo a los otros, a otros lectores, pero mejor aún, a otras personas que estén necesitando una palabra para entender, para sanar, para sentirse menos solos. El proceso se da por partida doble: yo me siento menos sola también cuando entrego mi palabra.
Tu poesía está llena de metáforas. ¿Cómo surgen esas imágenes?
Siempre me dijeron que era muy visual para escribir. Será porque inclusive hasta las mismas palabras las visualizo como un dibujo. ¿Será porque soy escritora de esta época tan visual?
Siempre me interesó la plástica, la fotografía, el cine. Hice un taller de pintura hace varios años atrás y cada tanto me aparecen esas ganas de pintar y pinto.
Si me lo hacés racionalizar, yo creo que mi cabeza está todo el tiempo dibujando, diseñando, creando historias, inventando escenas. El mundo es un disparador visual también. Para mí, salir a la calle es estar en un escenario permanente donde todo puede suceder y donde todo efectivamente sucede, pero para eso hay que estar despierto. Algo que mi profesora de taller y escritora, Sandra Pien, llama el “radar poético”.
¿Qué poetas considerás referentes a la hora de escribir?
Todos y ninguno (dicho con respeto). Quiero decir que uno lee, aprende, interioriza, combustiona con ese otro escritor y olvida. Y necesariamente debe olvidar para que aparezca la propia voz, que es la que necesita escuchar la poesía. Uno se nutre definitivamente de la música de otros poetas, de sus formas de jugar.
Cada poeta que leí, fue un maestro. Cada uno te enseña algo y te habilita.
Soy una curiosa y soy desprolija a la hora de bucear. Un día me interno con la poética de Pizarnik, otro día leo a Gelman, otro día quiero recordar qué escribió Pessoa, y otro día busco con ansias “Para leer en forma interrogativa” de Cortázar o quiero recordar mejor un verso de “Los justos” o “El amenazado”, de Borges. Y me contagio de todos ellos. Para abrir aún más mi abanico, trato de concurrir a talleres de escritura, de poesía. Para que siempre exista la invitación a descubrir a un poeta nuevo, nuevas voces, y también para que otros me corrijan con amor. Como decís vos, los poetas son referentes. Es bueno saber que hay que tomar a los consagrados como punto de excelencia, pero también, el que es escritor tiene una responsabilidad. La hermosa responsabilidad de transmitir su época y su intrínseca vivencia. También debe saber transgredir desde el trabajo, la vocación y el amor por la escritura, lo ya escrito, lo ya consagrado. Porque todo escritor tiene un mensaje que legar y para eso debe encontrar sus palabras, su manera. Y para eso se necesita coraje. Búsqueda, dedicación y coraje.