Por Luciana Czudnowski
Alejandra Laurencich es escritora, docente y directora de la revista “La Balandra”. Es autora de los libros de cuentos Coronadas de gloria, Historias de mujeres oscuras, Lo que dicen cuando callan; del ensayo El taller. Nociones sobre el oficio de escribir y de las novelas Vete de mí y Las olas del mundo, publicada este año por Alfaguara. Conversamos con ella sobre su última novela, que se presentará el viernes 29 de mayo a las 18.30 en Casa de Letras (Perú 375, 8° piso, C.A.B.A.) con la participación de José Brindisi y Marcelo Caruso.
¿Qué implicó el desafío de escribir una novela atravesada por la última dictadura militar? ¿Sentiste más presión al tener que manejar datos históricos en la trama?
No, al contrario porque la línea narrativa que incluía la parte política estuvo absolutamente apoyada en noticias reales de esa época; más allá de los recuerdos que yo tengo por haber vivido ese tiempo a la edad de la protagonista, para escribir esta historia hice una investigación muy intensa, busqué bibliografía que mostrara los titulares de los diarios, las noticias que se publicaban, documentales. Todo lo que aparece como visto en los diarios fue sacado de la prensa real. En muchas ocasiones esta tarea me abría un campo nuevo. Por ejemplo, recuerdo cuando vi que los titulares anunciaban la pelea de Monzón en Montecarlo: esto confluía con lo que yo tenía pensado que tenía que pasar en la novela -una escena fuerte en la que se decide el futuro del hermano-, y ahí, en el contraste entre lo que salía en los diarios y lo que sucedía en una familia común de clase media, creo que se volvía más eficaz la narración. Por eso digo que al contrario, no sentí presión, sino responsabilidad por ajustarme a la información que podía recibir esa nena, pero apoyarme en la historia me hizo más fácil la tarea en muchos sentidos.
Las olas del mundo transcurre durante la dictadura sin caer en los tópicos comunes de la época. ¿Cómo hiciste para balancear los datos históricos con la ficción, y que la novela no se viera “tragada” por la situación política?
Confiaba en que la novela iba a tener un enfoque bastante original porque era la mirada de una chica de 13 años bien particular, sin compromisos políticos, alguien con mucha imaginación y muchas ganas de ser rebelde pero al mismo tiempo retraída, nada popular, siempre cuanto más uno profundiza en un personaje, en sus circunstancias, más se aleja de lo trillado. Ahora, cuando el libro sale a la calle, digamos cuando Andrea empieza a circular, resulta que hay un montón de gente que se siente identificada con esa mirada. Supongo que lo que conté sobre ella es lo suficientemente real como para que a muchos les parezca que lo han vivido de esa manera. La gente que fue seguidora de bandas de rock de la época, por ejemplo.
¿Pensás que te ayudó la mirada de una niña para tener una visión despegada de influencias políticas?
Claro, eso es lo que yo digo cuando pienso en esa mirada de una adolescente particular, a Andrea no le gustaban los Bee Gees, ni Abba, por ejemplo, que era lo que se escuchaba entonces, no tenía amigos, no salía a bailar ni a divertirse, iba a un colegio de monjas, tenía papás fuera de toda relación política, algo chapados a la antigua, un hermano que ni siquiera era militante, que adhería a la izquierda, una abuela eslovena que hablaba de la Guerra. Me acuerdo que en esa época en que yo estaba corrigiendo “Las olas…”, apareció la novela “Una misma noche” de Leo Brizuela, y yo dije: acá también hay un nene, al que le pasaron cosas mucho más comprometidas políticamente, una mirada ingenua que debe aprender a callar, y sin embargo, no me amilané, porque sé que cuanto más se ahonda en un personaje, más original aparece. Lo que se relata es la vida de esa persona y no de otra. Como decía Flaubert: “Cuando pases ante un tendero, ante un portero, muéstrame a ese tendero y a ese portero, su actitud, su naturaleza moral, de manera que no los confunda con ningún otro” Bueno, sería más o menos eso, hacer que un personaje, mediante ese procedimiento de enfocarlo con lupa, de desnudarlo frente al lector en su particularidad, se pueda diferenciar de los cincuenta, o cien que pudieron haber sido contados o habrán de ser contados algún día.
La primera parte de la novela enmarca otro relato creado por la protagonista. Lo interesante es que ese procedimiento de “la ficción dentro de la ficción” se pone al descubierto. Andrea construye al personaje inventado con recortes de la realidad que tiene a mano, elementos que tamiza para que cuadren dentro de su personaje. ¿Cómo vincularías ese proceso creativo de Andrea con el proceso creativo de un escritor?
Es el mismo. Mi intención fue mostrar (ya que a pesar de que la protagonista no es escritora, podría haberlo sido de no pasarle lo que le pasó) el proceso de construcción de la ficción. Y en eso nos podemos sentir identificados todos los que escribimos porque creo que así se construye la ficción: tomando de la realidad lo que queremos o elegimos, macerándola, como dijo un periodista, con episodios que inventás, con algo que escuchaste por ahí, con algo que te dijeron, con algo que soñaste o imaginaste o intuiste, con lo que investigás, bueno, todo eso, licuado, da por resultado la ficción. Entonces me preocupé bien por mostrar el proceso de elaboración de la ficción.
¿En qué medida creés que el personaje inventado por Andrea se convierte en una trampa para ella misma?
Andrea usa la palabra para trasmitir sus historias a su amiga Marí, pero cuando se queda sin interlocutora, esto se vuelve angustiante porque no tiene destinatario. Ahí se produce un quiebre, entonces ella se empieza a contar las historias a sí misma, empieza a vivirlas, incluso. A no saber dónde está la fantasía y dónde la verdad. Es consecuencia de la tremenda soledad en la que queda, por otra parte. Vos fijate que primero esas historias inventadas son como una catarsis o algo que le sirve para comprender el mundo o transformarlo en algo maleable. Pero después, esa misma imaginación desbordada, esa ficción que cree manejar, la llevan no solamente a sentirse culpable, a pensar que operó sobre la realidad de un modo negativo, sino que además pierde contacto con la realidad. Se convierte a ella misma en una ficción, miente sobre quién es para poder sobrevivir, para no sufrir más. En la tercera parte vemos a una persona que no tiene nada que ver con lo que parecía que iba a ser Andreíta. Dejó de manifestarse, de sentir o hacer algo que la expusiera, y se convirtió en una ficción, en alguien que no era. Aprendí que hay que fingir para vivir decentemente, dice el tango Madreselva, que canta su madre. Andrea buscó un lugar de neutralidad absoluta porque creía que en la neutralidad absoluta estaba la salvación. Cuando una persona busca expandirse, o refugiarse en un lugar equivocado, que no la representa, queda presa de una ficción. Ella quedó prisionera de su propio invento, de la “Andrea ciudadana modelo” que no generaba problemas.
En la novela, la música tiene una importancia crucial, ¿pensás que las canciones tienen un poder similar al que ejerce el personaje inventado sobre la protagonista?
Sí, de algún modo. Las letras de las canciones sobre todo eran lo que la identificaba, ¿no? Lo que ella hubiera querido decir estaba en las canciones, lo cantaba esa voz. La voz de Spinetta por sobre las demás, pero también la de Mick Jagger, la de Roger Daltrey, la de Victor Jara incluso. Ese “decir” musical era como una guía, abría la puerta a un territorio clandestino de expresión, que era el que conocíamos todos los rockeros, el que luego era transmitido por esos programas de radio que cito en la novela. Andrea dice algo así como “acá hay muchos otros como yo”, que era lo que nosotros sentíamos en esa época. El rock, más allá del contexto, era una tierra en la que se podía ser libre. Luego Andrea abandonó esa música. Cuando ya es grande, vuelve a recordar partes y se siente identificada con esos momentos de la música que escuchaba porque la están reflejando a ella. O sea que las letras del rock tienen un arraigo profundo en el personaje, le dan un sentido de pertenencia. En cambio las historias que inventaba Andrea para Marí eran vividas no con orgullo, porque se hacían desde un lugar que estaba prohibido en el entorno dentro del que ellas se movían, el ambiente represivo de la época, del colegio, su propio hogar, entonces la llevaban, no sé si a avergonzarse, pero seguro a pensarlo como algo que había que mantener oculto.
Mientras que las canciones eran difundidas y disfrutadas por muchas personas.
Sí, no tanto porque en los primeros años del rock, hasta el año 82 aproximadamente-cuando luego de la guerra de Malvinas el rock se hizo realmente masivo-, el rock nacional o el que hacían ciertos grupos musicales no era un lugar en el que abrevaba mucha gente. Ser cultor de esa música rock era ser diferente en esa época. En los campamentos se cantaba Rasguña las piedras, La biblia de Vox Dei, Sui Generis, esos eran los grupos conocidos, Charly García era popular, pero si ibas con Pescado Rabioso, Color Humano, Aquelarre, te decían: y eso qué es. No eran grupos que se escucharan por la radio, que aparecieran en televisión. Pero de todas maneras, volviendo a lo que significaba para Andrea esa música, lo fundamental era que venía de afuera hacia ella, era algo que hacían otros, tenía el “consentimiento” del hermano sobre ese mundo, y sentirse parte de eso, aún con el ingrediente de la reserva en el colegio o la calle, era real. Es muy distinto a saber que vos estas inventando algo que no tendría que existir o de lo que no podés hablar. Son dos espacios diferentes. El primero la conecta al mundo, el otro la cierra sobre ella misma y Marí, y luego se convierte en algo tóxico al no tener interlocutor o destinatario, y sobre todo, porque la imaginación se desborda y la lleva al extremo de creer que la ficción es la realidad.
Habiendo publicado un ensayo sobre la tarea de escribir, tres libros de cuentos y dos novelas, ¿qué pensás acerca de las diferencias a la hora de sentarte a escribir uno u otro género?
Cuando se me presenta una historia para novela en general me aparece como el devenir de un personaje, en cambio en los cuentos yo veo hechos, episodios puntuales, conflictos particulares a lo que hay que exponer con muchísimo rigor, porque el género requiere esa tensión de la forma, según mi opinión. De este modo distingo cuándo un material es para un cuento o una novela. No solamente en lo mío sino cuando hago supervisión: vienen a contarme sobre un personaje con cierto desarrollo, una historia de familia, el protagonista al que le pasan cosas, por ejemplo, y en general, salvo excepciones, sugiero que es una historia para novela. Pero respecto del disfrute de sentarme a escribir uno u otro género, no hay diferencias, entro y salgo de ambos con absoluto placer. A la novela, claro, la podés ir contando en el tiempo, algunos capítulos acá, y luego otros, y quizá la historia te acompaña durante 5 años, 10 años, y volvés a ese mundo y los personajes están ahí esperándote. Y eso es como volver a tu hogar, o el hogar de tus amigos, los conocés a todos, sabés cómo hablan, cómo se mueven, el olor que se respira en ese ambiente, y es un mundo perdurable, una sensación de intimidad muy particular, que quizá en el cuento no se da tanto, o con tanta hondura, porque importa más el hecho en el que se vieron involucrados los personajes, como si tuvieras que hacer un testimonio de sucesos, una denuncia, digamos, ir al punto, ser preciso, casi matemático, sin distraerte en qué les gustaba comer a los personajes si es que el cuento no va por el lado de la comida, para decirlo de un modo tosco. Pero disfrutar, yo disfruto de los dos géneros por igual.