Por Sebastián Robles
Aunque muchos lo conocen como narrador, no todos saben que Jorge Consiglio (El bien, El otro lado, Pequeñas intenciones, Hospital Posadas, Villa del Parque, entre otros) dio sus primeros pasos en la literatura como poeta. Indicio de lo otro (1986), Las frutas y los días (1992), La velocidad de la tierra (2004) e Intemperie (2006) son libros que, leídos a la distancia, anticipan la carrera de narrador de Consiglio pero a la vez exhiben una voz y un tono propios, quizás una manera de pararse frente a la literatura. Conversamos con él acerca de sus primeros libros, sus lecturas de aquellos años y su vinculación con el mundo editorial, su relación con la poesía y sus expectativas para la maratón de escritura poética que coordinará en Casa de Letras el viernes 4 de agosto.
¿Cómo se dio en tu caso el tránsito de la poesía a la narrativa?
Creo que más que “tránsito” de la poesía a la narrativa hay una especie de desplazamiento, que se nota incluso en cierta cuestión narrativa que ya tiene la poesía. En los dos últimos libros cuento historias, cuento algo, pero con un punto de vista diferente. Me parece que eso es la poesía: un recorte de la mirada. Qué se ve. Una actitud que no necesariamente se traduce en escritura. Me parece que la poesía empieza por ese lado.
¿Qué considerás que sobrevive de la poesía en tu narrativa?
Creo que en mi narrativa sobrevive ese punto de vista, y además hay un tratamiento en la oración. Quiero decir: lo que busco justamente es esa mirada polisémica, extrañada, que tiene la poesía, y que pervive en la narrativa. De todas maneras, no encuentro una enorme diferencia entre la poesía y la narrativa. Creo que ahí hay un diálogo permanente. Nosotros tomamos muchos elementos de la poesía y existe una impregnación. Hay una cuestión de la estructura, del formato, que es propia del género lírico, y que uno la modifica cuando se dispone a narrar. Pero ese punto de vista está siempre presente.
Yo hablaba de “tránsito” porque noto una especie de pasaje desde Las frutas y los días hasta La velocidad de la tierra e Intemperie. Incluso en La velocidad de la tierra hay un prólogo más narrativo, aparecen lugares: Weimar, China, Leipzig. Pienso en otros narradores poetas, como Roberto Bolaño o Charles Bukowski, donde la poesía tiene una impronta narrativa mucho más fuerte. Hay poemas que incluso parecen cuentos escritos en forma de verso. En tu caso, me da la impresión de que el deslizamiento es más gradual, algo que se completa con esta idea acerca del “punto de vista”…
No lo había pensado. Los primeros dos libros son mucho más abstractos y los otros dos son mucho más a tierra. Hay una instancia narrativa, lugares… es cierto.
¿Cuáles eran tus lecturas en el momento de la escritura de estos libros?
Estaba enganchado con la generación española del 27: Jorge Guillén, Dámaso Alonso, Luis Cernuda, tipos que tenían una poesía que abría a otras posibilidades, por ejemplo Vicente Aleixandre, que por un lado era narrativo –y yo leía también su prosa– y que por otro lado laburaba también con la abstracción. Y también los italianos: Cesare Pavese, Salvatore Quasimodo, Giuseppe Ungaretti. Todavía no había empezado a leer a los poetas de acá. Supongo que también leería a Pablo Neruda. Iba por ese lado. Recuerdo que Ungaretti me volaba la cabeza. Pedro Salinas también me encantaba. Borges, a quien había descubierto y era algo que no podía creer. Incluso Antonio Machado me matabam León Felipe. Leía una traducción muy mala de Dylan Thomas que había salido por Corregidor. También me había gustado Enrique Banchs. Pero bueno, me faltaban todos. Me faltaba Olga Orozco. No había leído a Joaquín Giannuzzi, a todos los argentinos que después me mataron.
¿Estás escribiendo poesía actualmente?
Ahora estoy escribiendo poemas, pero sueltos. Me cuesta pensar en la idea de libro. No sé por qué. Disfruto escribiendo poemas. No sé cómo será eso de juntarlos en un libro. No sé si tienen algo cohesivo, esa masa poética que vos decís: esto se junta porque tiene un tono en común. No se trata del mero capricho de juntarlos.
¿Cómo fue la recepción de tus libros de poesía? ¿En qué contexto fueron publicados?
En 1986, cuando publiqué El otro lado, estaba en la facultad. Habíamos armado una editorial con Federico Jeanmarie y otros amigos. Fue algo absolutamente autogestivo. Nos íbamos a imprimir los libros a Baradero porque Jeanmarie era de ahí y era el que más agitaba. Salieron casi sin ninguna circulación. Sacamos dos libros. Desatando casi los nudos, que era una novela de él y mi libro de poesía. Los vendíamos en la puerta de la facultad, que en ese momento estaba ubicada en Marcelo T. De Alvear al 2200. Y no teníamos mucha interacción con nadie. El tramado literario pasaba por otro lado y nosotros desconocíamos cómo movernos, o directamente no existía. En el caso de Las frutas y los días, de 1992, es una edición que yo pagué a Último Reino, y no tenía mucha idea. No sé cuántos ejemplares se editaron, creo que eran 300 y me dieron los 300 ejemplares. Tuvo algo de circulación en los medios. Recuerdo que salió una nota en La Nación y casi muero de placer. Pero no hubo distribución, no había librerías que te lo recibieran, y estaba todo muy desarmado, por lo menos desde mi punto de vista. Me parece que esa movida que se llamó la poesía de los 90 empezó a armarse un poco más adelante, más entrados los 90. La recepción fue buena, pero en realidad también casi no existió. Fueron opiniones de amigos, de algún que otro crítico, pero bien por afuera.
¿Te sentís vinculado en algún aspecto con la movida poética de los noventa?
Con respecto a la estética, yo tenía muy poco que ver con esa movida. No había descubierto una poesía más a tierra, como la de Daniel Durand o Fabián Casas, que es una poesía que me encanta y que me enseñó mucho, a partir del descubrimiento de Giannuzzi como figura clave y emblemática de ese momento. Como una vuelta de tuerca a Giannuzzi, un paso más hacia lo cotidiano. Y la poesía norteamericana, por supuesto. Yo las descubrí más tarde. Mi camino fue otro. No tengo un vínculo estético con ellos. En ese momento, a posteriori, eso me empieza a pegar. En los siguientes libros, quizás, me vuelvo más narrativo a propósito de estas nuevas lecturas, las que tenían Casas o Durand. Pero en ese momento yo no me relacioné con ellos. Conocía muy bien a Juan Desiderio porque hice la colimba con él. También a Washington Cucurto, pero tenía muy poca relación con ellos. Me parece que hay dos rumbos estéticos que están muy marcados y determinados por las influencias, y yo descubrí más tarde esas influencias.
¿Cuáles son tus expectativas para la maratón de poesía en Casa de Letras? ¿Es necesario tener alguna experiencia en escritura poética para asistir?
Creo que es indistinto que tengan o no experiencia. En ese sentido no hay ningún requisito. Lo que vamos a hacer es armar un grupo. Vamos a tener dos ejes: uno que tiene que ver con la creación, donde vamos a tratar de escribir uno o más poemas. Y por otro lado, con la reflexión, porque entre todos vamos a armar conocimiento, vamos a tratar de meternos en el artefacto poema, a tratar de pararnos en algún lado sin por eso tener la pretensión de nombrar todo ni de deconstruir un poema, sino que vamos a tratar de tirar alguna luz. Y este conocimiento es general, es de todos, y surge de lo empírico, de la experiencia. Vamos a ver cómo entre todos nos hacemos felices escribiendo poesía.
Más información acerca de la maratón de escritura poética coordinada por Jorge Consiglio.