Nunca empieces un libro hablando del tiempo para dar ambiente, aunque sí que puedes hacerlo si quieres para mostrar la reacción de tu personaje ante ese tiempo.
Evita los prólogos. En una novela, el prólogo se usa para hablar sobre la historia de fondo de los personajes. Y esa información la puedes deslizar también en cualquier otro punto de la historia.
Nunca uses otro verbo que no sea “dijo” para acotar el diálogo. El diálogo pertenece a los personajes y las acotaciones son el lugar en el que el autor mete su nariz para que el lector sepa quién está hablando. El autor debería ser lo menos intrusivo posible.
Nunca uses un adverbio para modificar ese verbo “dijo”. Éste es un pecado mortal. Al utilizar esos adverbios, el escritor se expone por encima de sus personajes, distrayendo al lector e interrumpiendo el ritmo del diálogo.
¡No te excedas con los signos de exclamación! Para hacerte una idea, imagina que no se te permiten más de dos o tres exclamaciones por cada 100.000 palabras de prosa.
Nunca uses expresiones como “de repente”. Esta regla no necesita mayor explicación. He comprobado que los autores que más usan este tipo de expresiones son también los más generosos con sus signos de exclamación.
Utiliza los dialectos regionales lo menos posible. Una vez empieces a transcribir fonéticamente esos dialectos, no serás capaz de parar. Así que lo mejor será que no tomes ese camino.
Evita las descripciones detalladas de los personajes.
Lo mismo es también aplicable a los lugares y a los objetos, a no ser que seas Margaret Atwood y seas capaz de pintar con tu lenguaje.
No escribas las partes que los lectores se suelen saltar. Piensa en qué es lo que tú te sueles saltar en una novela, y no malgastes tu tiempo (ni el de tu lector) en escribir esos trozos.