Por Delphine de Vigan
Yo recuerdo el patio de mi colegio como un espacio inmenso con árboles enormes que me daba un poco de miedo. Si hubiera tenido que describirlo en una novela hubiera sido así. Hace poco acompañé a un periodista que quiso seguir el rastro de mi infancia en la ciudad de provincias en la que viví, cerca de París, y vi ese colegio. ¡Era minúsculo, muy íntimo y para nada intimidante! La literatura juega constantemente con esas cosas. Afirma una especie de verdad que surge de la subjetividad, es una suerte de reinvención que es más cierta que lo real y que permite aceptar otra forma de verdad.
(…) Lo que me interesa es que el lector se pregunte quién es quién y finalmente quién realmente es el que escribe. Todo forma parte del juego. Cuando ambas mujeres contrastan sus respectivas infancias se produce el auténtico encuentro entre ambas. ¿No buscaba la verdad? Ahí está la verdad.
(…) Creo que el peor enemigo del escritor siempre está en su interior y eso es lo que me estaba pasando. Yo, al contrario que la protagonista de mi novela, no tuve que luchar contra la página en blanco sino con la idea de que lo que estaba escribiendo era directamente malo. Solo al final me di cuenta que el edificio que había construido se sostenía porque es una escritura que se parece a un guion de cine.
(…)
Evito distracciones. Cuando estoy centrada en un libro me obsesiono. Cuando salgo con mi pareja, él es más sensible al contexto y yo a las personas. Aacaparan toda mi atención. Cuando cojo el metro con mis hijos me riñen, dicen que miro demasiado.