El lunes 16 de diciembre se entregaron los diplomas a los integrantes de la décimo primera promoción de egresados del Programa Formativo en Escritura Narrativa (Presencial) de Casa de Letras.
El acto consistió en compartir la lectura de uno de los textos producidos por cada uno durante su formación con familiares e invitados, los profesores y la dirección.
Aquí reproducimos el relato que compuso ad hoc Fernando Gárriz, alumno del turno mañana, quien cerró la lectura.
Por Fernando Gárriz
Cuando todos estuvimos sentados y acomodados, Carlos lanzó el consabido:
– Saquen una hoja.
Una mujer saltó de alegría en su asiento, como si la frase la devolviera a una época muy feliz.
– Mi nombre es Olga. Tengo lápices con la punta recién sacada, digo, por si alguien precisa.
Cada cual sacó sus herramientas. Se produjo un silencio gozoso en el cual solo se escuchaba puntas de lápices y bolillas de lapiceras hendiendo papeles que se llenaban de historias.
Mi cerebro enviaba órdenes a la mano y ésta blandía con ímpetu el bolígrafo, pero al mismo tiempo, me las arreglaba para desconcentrarme y ver cómo los demás entregaban sus papeladas creaciones.
Un señor delgado, menudo y de anteojos fue el primero en acercar al escritorio un buen par de hojas escritas con esmero. Saludó caballerosamente, y salió al corredor a esperar. Supe luego que se llamaba Hugo.
Una poderosa melena rubia coronaba a María Inés, quien entregó su hoja en tiempo y forma.
Eternamente bronceada, Mónica miró al profesor que recibía los trabajos, y dijo:
– Una porquería.
Habría que conocerla mejor para saber que se refería a su producción literaria, y no a la persona que tenía enfrente.
Edith hizo su entrega seria y juiciosa y Olga bañó el recinto de dulzura diciendo:
– Yo salgo. Pueden devolverme los lápices después.
En mi caso, entregué como pude. En eso estaba cuando se abrió la puerta y oímos:
– Hola, soy Nora, llegué tarde porque hay problemas para viajar, por mi trabajo, porque hoy se recuerda a San Idelfonso Macabeo y porque salió el 33 en la quiniela. Veo que había que escribir. En realidad yo tengo una idea que viene de una experiencia que tuve una vez en…
La voz de Nora se iba perdiendo a medida que yo dejaba el aula para esperar.
En el pasillo se encontraban todos los aspirantes a escritores, intercambiando nombres, lecturas favoritas y pastillas para curar la tos.
Pasado un rato, cuando autoridades y profesores hubieron leído el material presentado, llamaron a buena parte de los concurrentes, entre los cuales no estaba ni yo ni ninguno de los asistentes antes descriptos.
Unos minutos más tarde, se abrió la puerta del aula y el primer grupo se retiró, sonriente, con apariencia de satisfecho.
Nuestro turno: nos sentamos, tímidos, expectantes, con la excepción de Nora, que ya era amiga casiíntima de los docentes.
Dijo Carlos:
– Como bien entendieron, leímos los trabajos de todos Uds. Queremos formar dos grupos: uno, con los alumnos a los que les vemos mayor potencial, los más inteligentes, los que redactan mejor, los que demuestran mayor dominio del lenguaje, los más apuestos, a los que se ve con cabello más voluntarioso. A todos ellos los invitamos a formar parte del grupo de la noche. A Uds. podríamos acomodarlos a la mañana.
Creímos haber entendido mal, pero no. Incluso, seguíamos con la sonrisa bobalicona colgada de la cara. Pero enseguida entendimos que la templanza del espíritu es, quizás, el mayor don para un escritor. Hicimos de tripas lapiceras, y nos congregamos una vez por semana, durante dos años, abocados a la tarea de leer más y mejor para escribir ídem.
Pasamos ese tiempo de lectura, estudio, y garabateo, vimos disminuir nuestras cuotas de adjetivos y gerundios, y plasmamos los cimientos de lo que soñamos como nuestra Obra.
Nos hicimos amigos, nos criticamos con cariño, comimos por allí, asistimos a alguna lectura de textos en dulce montón y crecimos como escritores al abrigo de la sombra proyectada por nuestros envidiados compañeros del turno noche.
Nuestros profesores alentaron nuestras condiciones y fueron luz semaforil roja para nuestros excesos.
Llega el día de hoy y me emociona ver la producción notable de mis compañeros. Me gustaría cerrar esta crónica con la mención de sus obras publicadas más notables:
Hugo escribió, despojado y misterioso, los cuentos completos de Carver y una novela sobre Muhammad Ali.
Olga logró publicar su Obra poética de Emily Dickinson en inglés, y en español, traducida al modo de Silvina Ocampo. También compone una nueva obra de aires tangueros.
María Inés se dio el lujo de escribir la obra completa de Virginia Woolf, salvo Orlando, que no le pertenece. Bucea, también, en recuerdos de infancia para su obra por venir.
Nora escribió la trilogía de Edipo. Sí, en griego, pero la traducirá en breve.
Mónica dejó de quejarse de sus escritos al recibir las primeras regalías por su saga “Cincuenta sombras de Gray” y por sus ya clásicos “Trópico de Cancer” y “Trópico de Capricornio” de Henry Miller.
Edith logró la gloria con sus “Cuentos completos” de Alice Munro.
En algún momento deberé decirles en persona el orgullo que me causa haber compartido el espacio con personas tan nobles y, a la vez, escritores tan talentosos.
¿Yo? No hemos venido aquí a hablar de mí, pero si insisten, confieso que dispuse de muy poco tiempo y aún de menos concentración para escribir. Así es que solo le puse la firma a dos libros: “El libro de Doña Petrona” y…”La Biblia”.