Por Cynthia Rimsky
En mi casa de infancia teníamos una de esas gigantescas Comet a parafina a la entrada del pasillo. Mi padre la apagaba antes de irse a la cama y la encendía cuando todavía dormíamos para que alcanzara a entibiar nuestro despertar. La primera casa que alquilé carecía de calefacción. Éramos jóvenes y no le teníamos miedo al frío. De todas maneras las alternativas eran el brasero a carbón, la estufa a parafina y unas antiguallas a gas licuado.
La fiesta del consumo trajo consigo una sofisticada variedad de calefactores. Por primera vez visité departamentos con calefacción central y o losa radiante. Era espectacular andar en camiseta o a pie pelado en pleno invierno. Volver a mi casa, en la que no cerraban las ventanas y donde el viento paseaba como Pedro por su casa, no fue igual tras saber que existía la calefacción central. He olvidado de dónde saqué una estufa a parafina y otra con un balón de gas de 5 kilos. En esa época las cosas te llegaban. Si necesitabas una estufa y a otra persona la sobraba una estufa, ya estaba.
Con el correr de los años, la oferta de estufas se ha vuelto más compleja y onerosa. Chimeneas de doble combustión, Toyotomis, tiro balanceado, computarizadas, solo les falta preguntarte si tienes frío para encenderse sola y llevarte a la cama. Cuando voy a una casa con calefacción, me doy cuenta de lo lejos que estoy de ganar dinero y ser exitosa. Compré el modelo más barato de la Toyotomi y cambié la estufa con balón de gas normal por una catalítica. A media cuadra del edificio había no uno, sino dos servicentros. Fui hasta allá premunida de dos bidones de 15 litros y ¡sorpresa! No venden parafina. Durante cuatro inviernos caminé diez cuadras hasta una gasolinera y gasté 2 mil pesos en un taxi de regreso. Cuando se acaba el gas de la estufa, pongo la tetera y lleno un guatero. Hasta que aparece el camión repartidor.
Hace dos o tres o cuatro años, cuando la fiesta del consumo comenzó a develar su fragilidad, los ciudadanos nos encontramos con que haber comprado con esfuerzo y a cuotas las estufas último modelo nos significa que vamos a tener calefacción en el invierno. El alza desmedida de los combustibles y de la energía ha vuelto inservible la tecnología de punta. Las casas que tenían calefacción central ahora se contentan con una estufa a gas metida a la mala en el edificio o con Toyotomis. Donde había eléctricas pusieron estufas a parafina y ya no pasan todo el día o la noche encendidas. Los que tenían estufa a leña se les volvió imposible comprar palos y hay ciudades completas en el sur donde la calefacción consiste en prender el horno.
En este país “moderno y desarrollado” a sus habitantes se les plantea el dilema de escoger a qué horas se permitirán el calor y a qué horas se pasarán de frío. Ahora mismo llevo dos horas con la estufa a gas encendida y estoy pensando en que debo apagarla o el balón no me va a durar cinco días. Además, si apago la estufa, el calor se va instantáneamente. Algunas tarde me tiró en el sillón y trabajo cubierta por una frazada de polar o me acuesto temprano porque como la pieza es más pequeña, puedo cerrar la puerta, y el calor de la estufa eléctrica rinde más. Cada vez que la uso no dejo de pensar en la cuenta de final de mes. Al menos con el balón de gas uno puede controlar el gasto, pero con la electricidad o el gas de cañería… Hoy, al despertar, el cuarto estaba tibio, un agrado, olvidé desenchufar la estufa por la noche y no quiero ni ver la cuenta de la electricidad.
Este drama, que puede parecer íntimo, se replica en los locales comerciales, restaurantes, fuentes de soda. Los combustibles y la energía es tan cara que si se traspasa el gasto a los consumidores, los precios estarían más allá de las nubes. Cuando las cifras dicen que Chile está al nivel de los países europeos, omiten la perversión de no tener sistemas de calefacción, porque una estufa no es calefacción. Dicen que el problema del costo de la energía se debe a que no hay, pero el Estado sí puede con esta poca energía subsidiar a las compañías mineras, no a las personas. El derecho a la calefacción está al mismo nivel del derecho a la salud, a la educación, a la locomoción.
Qué perversión, tenernos calculando cuándo cortar la llave de paso para llegar a fin de mes.