Por Cynthia Rimsky
Alfredo Jaar es un artista chileno que vive desde hace cuarenta años o más en Nueva York, y que desarrolla grandes proyectos relacionados con la memoria, el genocidio, las violaciones a los derechos humanos, financiado por gobiernos, ONGs y fundaciones. Hace unas semanas estuvo en Santiago y Buenos Aires para dar una charla sobre un proyecto que realizó en Ruanda.
En 1994 comenzó en Ruanda una guerra civil, aparentemente entre las tribus Tutsi y Hutus. Jaar se enteró a través de una ínfima noticia, publicada un periódico norteamericano, de que una Federación Luterana de Ginebra iba a limpiar el río Kagera de cuerpos, no así el lago Victoria que ya tenía 25 mil cadáveres en el fondo. Mientras duró el genocidio, que cobró la vida de un millón de personas, el artista buscó en las portadas de la revista Newsweek alguna mención a lo que estaba ocurriendo. Las únicas referencias a África eran en relación a los animales salvajes, la pobreza y las enfermedades.
A esas alturas el Consejo General de las Naciones Unidas fue alertado de lo que estaba ocurriendo y se planteó la necesidad de una intervención externa. Las Fuerzas de Paz llegaron a Ruanda pero nunca actuaron. Jaar contó en la charla que el militar a cargo, llamó a las Naciones Unidas y pidió que lo dejaran actuar, que en tres días era capaz de terminar con la masacre. La orden nunca llegó. Las Fuerzas de paz abandonaron el país y la masacre continuó. Más arriba escribí que era aparentemente una guerra civil entre dos tribus. Jaar contó en su charla que Francia vendía las armas a los Tutsis y Bélgica los empoderó contra los Hotus para explotar los recursos naturales a discreción. Estados Unidos se limitó a mirar para otro lado. Así lo dice el mismo Clinton en un discurso incluido por el artista en una de sus obras. La única vez que la revista Newsweek publicó una portada sobre lo que ocurría en Ruanda fue cuando la matanza acabó y vino el cólera.
Todo ese tiempo Jaar observó el genocidio a través de la omisión que hicieron de él, los medios de comunicación. Resulta impresionante que puedan morir 1 millón de personas y, habiendo Internet, medios electrónicos, e mail, el mundo decida omitirlo y, al mismo tiempo, desentenderse.
En Agosto de 1994, después que terminaron las masacres, Jaar viajó a Ruanda. Junto con él, un enjambre fotógrafos y periodistas inundaron los hoteles para difundir al mundo, ahora sí, imágenes y relatos sobre la epidemia de cólera, que cobró muchas menos víctimas que el genocidio, y sobre los voluntarios que ahora sí acudieron a salvar vidas.
Hasta ese momento, para hacer sus obras, Jaar había usado fundamentalmente fotografías. En Ruanda se dio cuenta que la imagen ha perdido la capacidad de conmover y la gente, la capacidad de conmoverse. ¿Cómo hacer una obra que sensibilice al mundo sobre el genocidio, sin convertir el drama humano en un espectáculo de gran audiencia? Detrás de este conflicto ético del artista, está la pregunta: ¿Cómo contar lo que no queremos ver?
“En lugar de mostrar imágenes cruentas de una de las peores matanzas de la edad moderna, Jaar optó con sabia sensibilidad por focalizar el hecho en la imagen en primerísimo primer plano de los ojos de Nduwayzu –un pequeño sobreviviente–, imagen que reiteró copiándola un millón de veces hasta formar una montaña de un millón de diapositivas. Se trata del Lamento de las Imágenes, el reverso de su instalación donde se experiencia una luz cegadora, donde ya no quedan imágenes posibles para representar el horror”. En una segunda instalación, Jaar colocó múltiples fotografías dentro de cajas cerradas; el espectador sólo podía leer la descripción de las fotos que no veía.
Jaar ha continuado desarrollando proyectos artísticos sobre Ruanda y varios otros relacionados con la memoria, el genocidio y las violaciones a los derechos humanos. Ha tenido que armar un equipo de profesionales y, aún así, su agenda está copada. Son proyectos a largo plazo que demandan grandes sumas de dinero. Por eso sólo pueden encargárselos, gobiernos, ONGs y fundaciones internacionales.
Hasta ahora Jaar hizo una obra sobre Chile. Puede que dentro de algunos años, a pesar de la advertencia de la Unicef y de la no intervención de las Naciones Unidas, el gobierno chileno, las ONGs o una fundación, tengan que pagar a Jaar millones para que haga otra obra, esta vez sobre el genocidio del pueblo mapuche. El artista reunirá las portadas de diarios y periódicos que omitieron la noticia; recopilará los discursos de las autoridades y políticos negando el hecho; tendrá que preguntarse otra vez cómo contar lo que está a la vista sin convertirlo en un espectáculo, otra vez construir una obra sin imágenes de los cadáveres de hombres, mujeres y niños mapuches; y todo eso para que nosotros creamos en lo que no queremos ver.