Por Cynthia Rimsky
En el campo los perros pertenecen al mundo animal y no al de los seres humanos. Los campesinos no humanizan a los animales, no proyectan en ellos sus sentimientos, gustos o funciones. Los perros cuidan la casa, los animales, acompañan en las tareas del campo, comen y duermen afuera. Cuando se enferman, sanan solos, y cuando les llega la hora, mueren solos.
En las ciudades, los perros se han convertido en humanos. No para ellos, que siguen siendo perros, sino para los humanos. Caminando por las calles me ha asombrado descubrir que las personas les cuentan cosas, como si se tratara de una pareja de paseo al atardecer. Una cantante a la que menciono esto me cuenta que un día se sorprendió gritando a su perro: ¡No me estás escuchando lo que te digo!
En el parque Forestal de Santiago es famosa una pareja que vive de pasear a los perros de los edificios de los alrededores. Una mujer que conocí en Ciudad de México me comentó que solo gracias a su perro, salía del departamento. Entre la congestión vehicular y la amenaza de asaltos y robos, la gente se encierra y puede vivir años sin conocer su barrio. Los perros obligan a los humanos a abrir la puerta de sus casas.
En Buenos Aires es dónde más personas he visto hablar a sus perros. Como hay más departamentos que casas, están obligados a sacarlos a la calle -las veredas dan cuenta de ello-. Los vendedores ambulantes aprovechan para ofrecer capitas, pantaloncitos, gorritos. Incluso hay una línea de ropa fina para perros.
Pero el intento más estrambótico de humanizar a un perro lo presencié este domingo en una plaza. De primeras la escena me resultó inexplicable. Una joven intentaba jalar de la correa a un perro blanco peludo que se había encontrado con otro menos fino con el cual sostenía un animado coloquio táctil, sin embargo, su dueña estaba empecinada en hacerlo saltar una valla.
En el lugar había dos vallas de salto, tres conitos fosforescentes y un túnel de tela (una temporada lo regalaron con la comida del gato). En el centro del ruedo una segunda mujer aplaudía y daba órdenes. Esta mujer, supuestamente la entrenadora, encargó al novio de la dueña del perro blanco, la misión de darle un par de galletas cuando el can pasara el túnel que el novio de la entrenadora mantenía fijo al suelo. Pensé que estaban entrenándolo para una competición o algo así. Pero no.
La dueña del perro tenía que correr junto al animal incitándolo a que saltara las dos vallas, sorteara los tres conos y pasara por el interior del túnel, mientras la entrenadora marcaba el ritmo con las manos y con la boca hacía Hip Hop. El problema era que en el lugar había otro perro con el que el blanco prefería jugar.
“Vamos, vamos, otra vuelta”, gritaba la entrenadora, “tenemos que mantener el espíritu en alto, motivación, motivación, somos un equipo, muy bien”. Y dirigiéndose al novio de la dueña del perro le ordenó: “Tienes que felicitarlo por su logro, vamos, ¿y las galletas? Tienes que dárselas cuando termine la vuelta para motivarlo, vamos, tiene que sentir que lo está haciendo bien”.
Cuando fue evidente que el perro blanco no se iba a mover, la entrenadora se acercó al dueño del otro perro para pedirle que por favor lo sacara de ahí. El hombre le gritó a su perro sin entusiasmo. ¿Y qué es todo esto?, preguntó. Al ver que era un potencial cliente, a la entrenadora le brillaron los ojos: “Es un taller para sacar a los perros la energía que acumulan por vivir encerrados en un departamento”. “¿Y cómo funciona? ”. “Son cuatro clases al mes de una hora cada una, a 25 mil pesos el mes u 8 mil la sesión individual. Con eso, el perro queda relajado, sin ningún estrés, puede traerlo el próximo domingo si quiere”, lo tentó la entrenadora.
“Vamos, vamos, que se puede”, comenzó a aplaudir acordándose de su único cliente. “Todavía nos quedan varias vueltas”.
Lo curioso es que tras todas esas vueltas el perro seguía lleno de energía, en cambio, su dueña estaba por desfallecer. Observé a los dos novios, sentados cómodamente en el suelo, sin una gota de sudor en sus cuerpos; me pregunté si era a los perros o a sus mujeres a las que tenían allí liberando energía.