Por Eudora Welty*
Aquella cálida noche de agosto en que alguien le disparó por la espalda a Medgar Evers, el líder local de la igualdad, y lo mató, pensé con arrolladora claridad: sea quien sea el asesino lo conozco; no su identidad, sino su surgimiento en este tiempo y lugar. Es decir, debería haber aprendido después de todo este tiempo y desde aquí, desde este lugar, cuáles serían los pensamientos de un hombre así, dispuesto a cometer semejante acto. Escribí este cuento (mi ficción) en primera persona: mi indignación y rebelión me hicieron sentir que no podía equivocarme acerca del punto de vista de este personaje. El cuento surgió y se impuso a mitad de una novela que estaba escribiendo y lo terminé la misma noche en que le dispararon a Evers (sólo tiene dos páginas). Lo mandé a The New Yorker, donde fue aceptado para el número que estaba por publicarse y William Maxwell, quien desde que lo leyó supo todo lo que le hubiera podido decir acerca de este cuento y de su razón de ser, lo editó por teléfono conmigo. Para entonces, habían arrestado a alguien en Jackson y tuve que cambiar los detalles exteriores de esta ficción que por azar se parecían demasiado a los de la realidad, porque el cuento no debe perjudicar a aquél cuya vida está en juego en un tribunal. Me han dicho, en tono aprobatorio y en tono acusatorio, que parece que quiero a todos mis personajes. Lo que hago al escribir acerca de cualquier personaje es intentar penetrar en la mente, el corazón y la piel de otro. Trátese de un hombre o una mujer, de un viejo o de un joven, blancos o negros, el reto esencial consiste en dar ese salto. Lo que más valor tiene para mí es el acto de imaginación del escritor.
*Sobre el cuento ¿De dónde viene la voz? que puede leerse completo en este link.
Fuente: Cita de Eudora Welty en Lucotti, Claudia y Segovia, Lucía, Eudora Welty, UNAM, México, 2010.