Por Anton Chejov
Escribir para ellos [los críticos] tiene tan poco sentido como darle a oler unas flores a una persona resfriada. En ciertos momentos me siento desanimado. ¿Qué escribo y para quién? ¿Para el público? Pero no lo veo y creo menos en él que en los duendes; es inculto, maleducado, y sus mejores elementos no son honrados ni sinceros con nosotros. ¿Soy o no soy necesario para ese público? No estoy seguro. Burenin dice que no y que me ocupo de estupideces; la academia, en cambio, me ha concedido un premio. ¡A ver quién lo entiende! ¿Escribir por dinero? Pero no he tenido nunca dinero y estoy tan habituado a su falta que me deja casi indiferente. El dinero no es un incentivo para trabajar. ¿Escribir para recibir alabanzas? Pero las alabanzas sólo consiguen irritarme. La sociedad literaria, los estudiantes, Yevreinova, Pleschéiev, las muchachas y demás han puesto por las nubes mi relato La crisis, pero Grigoróvich es el único que ha reparado en la descripción de la primera nieve. Etcétera. Si tuviésemos una crítica, sabría si soy un escritor, bueno o malo, poco importa; sabría si soy útil, como una estrella para un astrónomo. Entonces, trataría de trabajar y sabría para qué trabajo. Ahora, en cambio, yo, usted, Muravlin y los demás parecemos maníacos que escriben libros y pièces por placer personal. El placer personal está muy bien, por supuesto; uno lo siente cuando escribe, pero ¿y luego? […] Una infinidad de razas, de religiones, de lenguas y de civilizaciones han desaparecido sin dejar huella, por falta de historiadores y de biólogos… Del mismo modo, una infinidad de vidas y de obras de arte desaparecen ante nuestros ojos por la falta total de una crítica.
(A Alekséi Suvorin, Moscú, 23 de diciembre de 1888).
Fuente: Chejov, Anton, Sin trama ni final. 99 consejos para escritores, Alba Editorial, Madrid, 2005.