Por Stephen King
Mi nombre es Stephen King. Estoy escribiendo el primer borrador de este capítulo en mi escritorio (el que está bajo el cobertizo) en una mañana nevada de diciembre de 1997. Hay algunas cosas en mi mente (ojeras, las compras navideñas aún no iniciadas, mi esposa enferma con un virus), algunas son buenas (nuestro hijo menor hizo una visita sorpresa a casa desde la universidad, pude tocar “Brand New Cadillac” de Vince Taylor con The Wallflowers en un concierto), pero ahora todo esto está por encima. Yo estoy en otro lugar, un sótano donde yacen muchas luces brillantes e imágenes cristalinas. Este es un lugar que he construido para mí mismo por varios años. Es un lugar de visión remota… tú estas en algún lugar río abajo en la línea de tiempo lejos de mí… pero probablemente estés en tu propio lugar de visión remota, al que vas para recibir mensajes telepáticos… Y aquí vamos —verdadera telepatía en acción. Te darás cuenta de que no tengo nada bajo las mangas y que mis labios nunca se mueven. Tampoco, es probable, los tuyos. Mira —aquí está una mesa cubierta por una tela roja. Sobre ella está una jaula del tamaño de un pequeño acuario de peces. En la jaula está un conejo blanco con una nariz rosa y ojos con bordes rosas. Enfrente de él está una zanahoria, la cual mastica con satisfacción. En su espalda tiene, claramente marcado con tinta azul, el número 8. ¿Vemos lo mismo? Tendríamos que juntarnos y comparar notas para estar absolutamente seguros, pero yo creo que sí lo hacemos.
Esto es lo que estamos viendo, y todos lo vemos. Yo no te dije. Tú no me preguntaste. Yo nunca abrí mi boca y tú nunca abriste la tuya. Ni siquiera estamos en el mismo año, mucho menos la misma habitación… excepto que estamos juntos. Estamos cerca. Estamos teniendo una reunión de mentes.
Fuente: King, Stephen, Mientras escribo, Plaza y Janés, Madrid, 2003.
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