Por Günter Grass
Son unos segundos de miedo (ante la página en blanco) y, enseguida, empieza la aventura. Quizá esta angustia, en mi caso, tenga algo que ver con mi actitud ante los nuevos medios. Soy un hombre pasado de moda, que sigue escribiendo con sus folios blancos y su máquina de siempre, mi vieja Olivetti de viaje, una Lettera 22. Y sigo fiel a mi sistema de escritura con cuatro dedos, que me proporciona el tempo justo que necesito para afrontar un nuevo manuscrito. Escribo una primera historia, luego hago una segunda versión, después reviso y así voy avanzando… Hoy muchos autores jóvenes escriben con ordenador, pero a mí los computadores me inquietan porque me producen la falsa apariencia de que la obra está acabada, pero que, a la vez, no lo está…
De la familia de mi madre he heredado –y nunca se lo agradeceré lo bastante– dos de sus talentos: escribir y dibujar. Cuando termino una obra, siento un tremendo agujero, un vacío, algo bastante común entre los escritores, por lo que he podido ver. Hay muchos autores que sólo saben escribir y, al sentir ese vacío, cometen el error de comenzar demasiado deprisa otro manuscrito. Yo, en cambio, cuando termino un libro, cambio de medio, una gran ventaja que me protege contra la precipitación. Modelo en terracota, dibujo, pinto, hago aguafuertes, litografías, grabados o esculturas y todo eso me proporciona otras perspectivas en las que la creación literaria queda al margen. Y mientras trabajo en esas otras cosas con mis manos van surgiendo nuevas ideas…