Por Vladimir Nabokov
Extrañamente, los norteamericanos no han considerado Lolita como un libro que no había que poner en todas las manos. Los jóvenes lo leían como cualquier otra cosa. En seguida venían a buscarme —estudiantes, escolares— y me decían: “Traigo un ejemplar de Lolita. Quisiera ofrecérselo para Pascuas a papá, para Navidad a mamá; ¿podría usted firmármelo, señor Nabokov?” Yo no firmaba los ejemplares, pero lo que importa es que dieran ese paso. Después, el papá y la mamá lo leían, y no me llegaba ningún reproche. Al contrario: grupos religiosos me han pedido conferencias sobre Lolita. Que no he dado. Y he recibido del mundo entero cartas de lectores entusiasmados con el libro y que hablan de él con sutileza
Hay en Lolita algo lleno, lleno como un huevo; algo armonioso. Me parece que un escritor percibe su libro como cierto dibujo que desea reproducir, y creo haber reproducido bastante bien ese dibujo. Está el contorno, y también los detalles. Hubo un momento en que me dije: “Bueno, se acabó. Ya no puedo agregar nada.” Quizá después haya eliminado algunas páginas, por aquí, por allá. En fin, ahí está la novela. He luchado con ella durante años. Tenía otras cosas que hacer: mis conferencias en la universidad de Cornell y un libro, un trabajo erudito sobre Pushkin que me ha tomado diez años (iba a decir cien…). Sólo durante las vacaciones escribía Lolita. Mi mujer y yo recorríamos Norteamérica, toda Norteamérica… los motels… . Cazábamos mariposas en los Montes Rocosos y cuando llovía, cuando el tiempo estaba gris, si yo no me sentía fatigado me instalaba en nuestro automóvil que estacionábamos junto a la cabina del motel. Escribía. Escribía una página, dos páginas. Si la cosa andaba, continuaba escribiendo…
Escribo a mano, en esas tarjetas que llamamos “index-cards”. Escribo a lápiz. Mi sueño sería tener siempre un lápiz con buena punta. Después paso el primer borrador en papel común, con tinta. Después mi mujer lo pasa a máquina. Yo no sé escribir a máquina. No sé hacer nada con las manos. Ni siquiera conducir un automóvil.