Por Claudia López Swinyard
hasta cuándo prolongar el silencio sería una pregunta que Hugo se haría y haría a sus alumnxs como un desafío más del narrador, esto es, del relato y con él del mundo… formalmente se trata de un minuto que indica un hiato donde colocar lo que no tiene palabras y de ese silencio trabajamos aquí, en esta casa, hasta despuntar el vicio de escribir porque algo puja gratuitamente al abrigo del mercado, de la pandemia, de la muerte…cuando digo “al abrigo” remito también a Saer al que Hugo sentía como un paisaje propio… lo primero es la sonrisa, la mirada diagonal y entregada al código común como un festejo, viajes en subte hablando de alumnxs, de metonimia y peronismo, de hijas y educación, recordando a la bella Maite Alvarado y, para atrás semiología, el taller en la sede Ramos Mejía, su lúnatico PH en Ravignani, el Hospital Británico, un almuerzo de sobremesa infinita: era difícil despedirse de Hugo, hasta las últimas brazas…ayer nomás me llamaba Carlos y me proponía tomar su materia y me reenviaba un audio que vengo repitiéndome como lo hacemos todxs aquí cuando leemos sus novelas, hacia adentro su voz; un audio que me confirma como una colega entrañable y que es mi talismán en estos días y que guardo al abrigo de su ausencia…luego fue el desborde de envíos de cronogramas, textos y consignas que guardan en sí años de búsquedas, cuerpo a cuerpo con la belleza y la limitación y esa necesidad de dar a conocer y de acompañar, esa barroca intención de llegar al centro de otros y otras y liberar al Asterión que aguarda…gracias por dejarme algo que hacer con el silencio, con ese fuego, querido Hugo, con ese carretel que tirás (con la justa y necesaria provocación) a ver quién se atreve