Por John Berger
Cuando un narrador de historias inventa personajes, muy poco es realmente inventado. Es decir, de la experiencia de observar y de escuchar –sobre todo de escuchar– a muchas personas distintas, surge, quizás, un solo personaje. De modo que, en vez de hablar de invención, sería más apropiado hablar de síntesis. Para responder a su pregunta no me queda otra opción que recurrir a una experiencia personal. No deja de ser una gran contradicción pero, cuando hablo con la gente o leo en público, soy consciente de que mi presencia personal impone bastante. Sin embargo, mi sentido de identidad propia, comparado con el de la mayoría de las personas que conozco, es muy débil. Me he sentido así desde siempre, desde que tenía cuatro o cinco años. Ésa es, creo, la razón por la que me resulta tan fácil, e incluso necesario, identificarme con los demás. No sólo porque me esté documentando, o porque sea un humanista o un tipo muy amable, sino porque realmente lo necesito. Una consecuencia evidente de esta peculiar condición es que no soy muy introspectivo, pero, a cambio, soy un gran observador. Observo a la gente y me entrego a ella con rapidez. Digamos que no puedo ponerme en sus zapatos, pero sí puedo seguir sus huellas.
A veces, la gente habla de mí como si fuera lo que llaman un novelista. Casi siempre lo niego, porque me considero, más bien, un narrador de historias. Para mí hay una gran diferencia entre una cosa y la otra. Para explicarme debo antes hablar del Reino Unido y, en particular, de Inglaterra. En cierto sentido, la novela, al menos al comienzo, fue una invención inglesa de finales del siglo xviii y principios del xix cuyo tema principal eran las historias de familias y clases propietarias, aunque hay excepciones, por supuesto. Suelen ser historias maravillosas, fascinantes. Henry James hizo lo mismo en Estados Unidos. Cuando comencé a escribir, me parecía que ese tipo de perspectiva histórica, con su conexión con la propiedad y la familia, estaba totalmente desfasada. En cierto sentido, este tipo de novelas inglesas, cuando uno piensa en términos de clase o de entorno social, aparecen como confesiones de dicho entorno, confesiones entre iguales. Sin embargo, las historias, las narraciones que, por supuesto, son mucho más antiguas, tratan siempre sobre extraños. O, más bien, diría que tratan sobre misterios. Por ejemplo, los marineros cuentan historias sobre los barcos y el mar, y son narraciones que, al mismo tiempo, hablan sobre el misterio del mar. Del mismo modo, los campesinos cuentan historias sobre la tierra. Son historias misteriosas que se cuentan cuando ya no se puede trabajar porque es de noche, o porque es invierno y hay demasiada nieve. Y muchas hacen referencia al misterio de la procreación. Creo que las historias difieren de las novelas en que el misterio se funda en aquello que uno conoce muy bien.
Por otro lado, creo que la forma que elijo para mis libros surge del tema. En King quería hablar de las personas que se ven obligadas a vivir en la calle, sin nada, así que pasé mucho tiempo con gente que se encontraba en esa situación. Empecé a escribir sobre el tema pero el resultado no me convencía en absoluto. De repente, tras meses intentando escribir con otra voz, se me ocurrió que la historia tenía que contarla un perro, un animal del que es muy habitual que se acompañen. Así que la extraña forma de esta novela, dictada por el hecho de que se trata de la voz de un perro –o de la voz de un hombre que se cree un perro–, deriva del tema. El libro que estoy escribiendo ahora tiene el formato de un conjunto de cartas, porque se trata de un hombre encarcelado, de un preso político.