Por Natalia Ginzburg
Quien escribe corre dos peligros: el peligro de ser demasiado bueno y tolerante para consigo mismo, y el peligro de despreciarse. Cuando se desea demasiado bien para sí mismo, cuando se siente lleno de simpatía por todo lo que piensa y escribe, lo hace entonces con una facilidad y una fluidez que deberían despertar sus sospechas. No tiene sospecha alguna porque en su espíritu relampagueante de un vano fuego no hay lugar para sospechas o juicios y todo aquello que inventa, piensa y escribe le parece felizmente legítimo, útil y destinado a alguien. Cuando, por lo contrario, empieza a despreciarse, abate prontamente sus propios pensamientos, los derriba apenas se alzan y respiran, y amontona a su alrededor cadáveres de pensamientos, molestos y pesados como pájaros muertos. O bien, todavía, estando lleno de desprecio para consigo mismo, pero también de una oscura esperanza, escribe y resarciré la misma frase en un folio infinitas veces, con la confianza absurda de que de aquella frase inmóvil surjan de repente y milagrosamente la vitalidad y la reflexión.
Por eso quien escribe siente imperiosamente la necesidad de tener interlocutores. Necesita tres o cuatro personas a quienes someter lo que escribe y piensa, y hablar de ello. No necesita muchas: le bastan tres o cuatro. El público es, para quien escribe, una proliferación y una proyección de estas tres o cuatro personas en lo ignoto y en lo infinito.
Estas personas ayudan a quien escribe ya sea a no sentir por sí mismo una simpatía ciega, ya sea a no sentir por sí mismo un desprecio mortal. Le ayudan a defenderse de las sensaciones de desvariar y delirar en solitario. Le salvan de las enfermedades que crecen y se multiplican, como una vegetación extraña y triste, en la sombra de su espíritu cuando está solo.
La elección de los interlocutores es sumamente extraña, y quien escribe no busca, entre ellos, ninguna semejanza. Parecen pescados por casualidad y al azar entre las personas que le rodean. Dicha elección no obedece ni al afecto ni a la amistad ni a la estima; o mejor, el afecto, la amistad y la estima son necesarios; pero no suficientes. Naturalmente, uno espera siempre que el destino nos traiga nuevos interlocutores; y cuando envejece, casi no espera otra cosa.
Fuente: Calle del orco
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Creo que la vida se trata sobre tomar riesgos. De sentir profundamente, pero no ahogarnos en esas sensaciones, sino más bien, poder impregnarlas en algún lugar. Algunos seres lo hacen a través de su voz, cantando melodías rebosantes de ternura. Otros, mediante la pintura, transformando un lienzo en blanco, como su mente divagante, en una bella expresión artística llena de sentido.
La escritura es todo eso. Es poner en palabras una sensación vital de expresión, aguardando la conexión de otras almas, en lo profundo de nuestro sentir. Revelando nuestros pensamientos, y el orden de ellos.
Personalmente, aún me encuentro en la búsqueda del momento adecuado de dar a conocer mis más profundos pensamientos. Pero algún día, saldrán a la luz.