Por Cynthia Rimsky
Daguerre es el nombre del francés que, en asociación con Niépce, logró en 1829 “fijar sin necesidad de recurrir al dibujo, las vistas que ofrece la naturaleza”. De esta unión circunstancial nació en 1838 el primer daguerrotipo tomado en del Bulevar del Temple.Debido al largo tiempo de exposición que se requería para impresionar la imagen en la placa, no aparecieron los autos ni los transeúntes. La excepción fue un niño lustrabotas y su cliente, que permanecieron en la misma posición los 15 minutos que tardó la exposición. Según dicen, ambos eran actores pagados por el inventor.
Daguerre es también el nombre de una calle peatonal con pequeñas tiendas y un mercado, en el distrito 14 de París, cerca de la estación de Metro y de la plaza Denfert Rochereau. Según una Guía, durante el día es un lugar de encuentro donde los vecinos bajan a comprar o a tomar el aperitivo. Hay un bistro con vinos y champañas, tiendas que venden alimentos de producción local tradicional, pescaderos, carniceros, queseros. En la calle han vivido famosos artistas como la documentalista Agnès Varda.
Daguerre es el nombre del documental que Varda exhibió en 1975 y donde filma minuciosamente lo que ocurre en esas pequeñas tiendas tradicionales, administradas por matrimonios que emigraron desde los pueblos del interior a París. Los sastres, los relojeros, el carnicero y su mujer, el panadero y su mujer, los parientes dueños de la tienda de Ultramar, el profesor de manejo, el anciano y su mujer con alzheimer que venden perfumes y botones, la mercería, el ferretero, el peluquero y su esposa, el acordeonista.
En los inicios del daguerrotipo, para fijarse en la placa, una imagen debía quedar expuesta por al menos dos días. Es lo que hace Varda con las imágenes de la calle Daguerre. Durante días, meses, tal vez años, la vida de los comerciantes impresiona la película hasta decantar en un registro minucioso, vibrante, humano, de su transcurrir. La documentalista no solo registra a los artesanos en sus propios comercios, sino cuando se transforman en clientes de sus colegas, y el panadero va a comprar carne o el ferretero acude a la peluquería. En un momento todos ellos acuden a un espectáculo que realiza un ilusionista en el bistro de la cuadra. Entre los números que realiza en base a las cartas, cuchillos, sombreros, cajitas, la cineasta intercala los gestos propios de los oficios de cada uno de los espectadores y nos hace dudar quién hace la magia; los artesanos o el ilusionistas. El documental de la Varda fue filmado en 1974. Los propietarios de los comercios tenían más de 60 años. Me pregunto quiénes están hoy en la calle Daguerre.
Cuando llegué a vivir a la cuadra me maravilló constatar que en esos 100 metros cabía el mundo y que si dejaba la mirada dentro de los comercios, en sus propietarios, en los clientes, en la manera cómo desempeñan sus oficios, esas imágenes lograrían fijarse en una página en blanco. Hace un año me di cuenta quela mayoría se ha ido. Dolly Davis con su prendas y objetos fabricados con retazos que una mujer recogía de las calles de Patronato y sus sesiones de mate; Sergio Caprín, con su restaurante siempre abierto a los amigos y la mesa 0 en el borde de la vereda; Cristián con sus alitas de pollo picantes, donde cumplí mi sueño de trabajar en el bar; Marcos y sus fabulosos sueños de convertir su peluquería en algo más; los cuidadores de autos que fueron expulsados por los cobradores humanos de una empresa privada; Raúl el kioskero que invitaba a tomar Pilsen en el estrecho reducto; el chico y el grande de las llaves y sus cocimientos en la calle; el maestro que limpiaba los vidrios; la peluquería de la Lily adonde iban las mujeres más viejas del barrio; el contador que dejó el almacén por amor a una mujer que quería más; Pepe el verdulero cansado; la familia Adams de la rotisería El Perro. La mayoría se fue, obligado por el alza del alquiler, falta de clientes o ineptitud en las cuentas. En su reemplazo llegaron comercios que se guían por estudios de mercado. A ellos no les interesa conocer a los vecinos o los otros comerciantes. Se limitan a contar los billetes que entran y los que salen. Cuando salgan más de los que entren, cambiarán de barrio.
A esta velocidad las imágenes no alcanzan a imprimirse.