Por Blanca Herrera
Hoy a las 19 hs. en el Museo del Libro y de la Lengua (Av. Las Heras 2555 – C.A.B.A.) se presentará la novela Sillas en la vereda de Cecilia Sorrentino, publicada por Alción Editora. Participarán del evento Esther Cross, María José Eyras y Hugo Correa Luna. Miguel Terni leerá algunos párrafos de la novela y habrá un brindis al final. Conversamos con Cecilia Sorrentino sobre Sillas en la vereda.
¿Cómo surgió el deseo o la necesidad de escribir Sillas en la vereda? ¿Dónde situarías el origen de tu novela?
En una imagen antigua: era verano, yo tenía seis o siete años y los vecinos de la cuadra acompañaban, noche a noche, conversando en la vereda, la agonía, la espera de la muerte de un viejo vecino. Conversaban en voz baja. En mi memoria, la imagen está impregnada de misterio y fascinación. Mucho después, hace algunos años leí Morir en occidente de Philippe Ariès; me interesaba –para mis clases- el tema de la invisibilización de la muerte en la actualidad. Aparentemente se trataba sólo de un interés intelectual, filosófico. Después me tocó vivir, en poco tiempo, la muerte de seres muy queridos. Entonces escribí aquella imagen de mi infancia y poco a poco fue naciendo esta historia.
La narradora transita entre mirar vivir a su tía en el presente, y los recuerdos del pasado, entretejiendo los de la tía con los suyos propios. ¿Podrías decirnos algo respecto de tu trabajo con el fluir del tiempo en tu novela?
Cuando descubrí que ese fluir del tiempo sería el “bordado” de mi escritura supe que tenía una novela por delante. Disfruté como de una aventura con el ir y venir entre los recuerdos de la narradora y los de esa tía que sabe que se despide. A partir de entonces fue como si la novela se escribiera sola.
La protagonista de tu novela es una de esas heroínas anónimas de las que nada sabríamos si un escritor, escritora en este caso, no se ocupara de narrar su vida. El haberlo hecho, ¿es una elección estética o una necesidad de rendirle homenaje?
No, un homenaje no. Fue el hallazgo de un personaje irresistible para la escritura. Tantas veces decimos que preferiríamos morir sin darnos cuenta, o morir rápidamente. Le tememos al dolor, al sufrimiento propio y al de los seres queridos. La protagonista de esta novela –pequeña y anónima- también creyó que prefería morir así. Pero la muerte se le resiste y ella se transforma: elige la memoria. Mientras vive, cuenta. Una vez más, la última. Una heroína de la memoria y la conversación en este tiempo de vértigo y amnesia es un personaje irresistible.
Cito: “Aunque la vida se esté muriendo, aunque la muerte empiece antes, hay un abismo entre la vida y la muerte.” Somos testigos de ese abismo según avanza la novela, mientras asistimos a innumerables detalles de la vida cotidiana del presente y del pasado. ¿Qué relación encontrás entre el abismo y los detalles?
La geografía dice “a grandes cumbres grandes profundidades”, ¿no? Pero, si de una cumbre sólo pudiéramos decir que es alta, no resultaría posible ver la cumbre y mucho menos el abismo desde el que se levanta. Sería como no decir nada. La escritura es así, como el amor, como todo lo vivo: está en los detalles.
La narradora casi no se nos muestra sino cuidando de cada detalle del tiempo final de la tía, como si su propia vida estuviera entre paréntesis. ¿Es así? ¿Podés hablarnos de esta elección de “velarse” de la narradora?
Recuerdo que cuando leí Léxico Familiar“de Natalia Ginzburg pensé que una de las claves de la novela era precisamente ese velo tras el que cuenta la narradora. Sin embargo no lo tuve presente en el momento de escribir Sillas en la vereda. No fue una elección deliberada. Tuvo más que ver con una exigencia de la historia que quería contar. Sentí que no hubiera resultado creíble que alguien decidiera acompañar la muerte de un ser querido sin poner la propia vida entre paréntesis.
La historia de la tía nos va dejando como migas en un sendero pedacitos de la historia de un barrio y la de una época del país. ¿Qué relación tendría con esto el título que elegiste para tu novela?
El título es una “foto” de aquella imagen de mi infancia que, como decía antes, está en el origen de la novela. Pero las sillas desaparecieron de las veredas –definitivamente- a manos de la dictadura. La protagonista de esta historia lo sabe: es una mujer que pudo ser un personaje “secundario” en la trama familiar pero nunca resignó su mirada atenta y lúcida hacia la sociedad y la política del tiempo que le tocó vivir: el de la historia de nuestros últimos casi cien años.