Por E.M. Forster
Podemos dividir a los personajes en planos y redondos.
Los personajes planos se llamaban «humores» en el siglo XVII; unas veces se les llama estereotipos, y otras, caricaturas. En su forma más pura se construyen en torno a una sola idea o cualidad: cuando predomina más de un factor en ellos, atisbamos el comienzo de una curva que sugiere al círculo. El personaje verdaderamente plano puede expresarse en frases como «Jamás abandonaré al señor Micawber». Es lo que dice la señora Micawber: promete que no lo abandonará y lo cumple; ahí la tenemos. O bien: «He de ocultar, mediante subterfugios si es preciso, la pobreza de la casa del señor». Ahí tenemos a Caleb Balderstone en The Bride of Lammermoor. El personaje no llega a pronunciar esta frase, pero la describe completamente. No tiene existencia fuera de ella, ni placeres, ni ninguno de los secretos apetitos o penas que deben complicar seriamente a los criados más consecuentes. Haga lo que haga, vaya donde vaya, diga las mentiras que diga, rompa los platos que rompa, lo hace para ocultar la pobreza de la casa de su señor. No es su idée fixe, porque no hay nada en él donde pueda adherirse una idea; la idea es él mismo, y la vida que le anima irradia de sus ángulos y de las centellas que saltan cuando choca con otros elementos de la novela. O tomemos a Proust. Hay numerosos personajes planos en Proust, tales como la princesa de Parma o Legrandin. Cada uno de ellos podemos expresarlo con una sola frase; la de la princesa sería: «Debo poner especial cuidado en ser amable». No tiene que poner especial cuidado en nada más. Y aquellos otros personajes que son más complejos que ella ven fácilmente a través de la amabilidad ya que ésta es solamente un producto secundario de su cuidado.
Una de las grandes ventajas de los personajes planos es que se les reconoce fácilmente cuando quiera que aparecen. Son reconocidos por el ojo emocional del lector, no por el ojo visual que meramente toma nota de la recurrencia de un nombre propio. En las novelas rusas, en las que muy pocas veces los encontramos, servirían de ayuda inestimable. Para un autor es una ventaja el poder dar un golpe con todas sus fuerzas, y los personajes planos resultan muy útiles, ya que nunca necesitan ser introducidos, nunca escapan, no es necesario observar su desarrollo y están provistos de su propio ambiente: son pequeños discos luminosos de un tamaño preestablecido que se empujan de un lado a otro como fichas en el vacío o entre las estrellas; resultan sumamente cómodos.
Una segunda ventaja para el lector es que son fáciles de recordar después. Permanecen inalterables en su mente porque las circunstancias no los cambian; se deslizan inconmovibles a través de éstas y ello les confiere en retrospectiva un carácter tranquilizador y los mantiene cuando el libro que los sustenta parece decaer. […]
Una novela que sea medianamente compleja suele exigir tanto personajes planos como redondos, y el resultado de sus conflictos se asemeja a la vida con más exactitud. […] El caso de Dickens es significativo. Los personajes de Dickens son casi todos planos (Pip y David Copperfield intentan ser redondos, pero de una manera tan tímida que más que cuerpos sólidos parecen pompas). Casi todos ellos pueden resumirse en una frase, y, sin embargo, existe una maravillosa sensación de profundidad humana. Probablemente, la inmensa vitalidad de Dickens hace que sus personajes vibren un poco; así que toman prestada de él la vida y parecen tener una existencia propia. Es un ejercicio de prestidigitación; tan pronto como miremos al señor Pickwick de perfil descubriremos que no tiene más relieve que un disco de gramófono. Pero nunca se nos ofrece esta visión lateral. Mr. Pickwick es sumamente hábil y experimentado. Da siempre la impresión de tener algún peso, y cuando le ponen encima del armario en la escuela de jovencitas, parece tan pesado como Falstaff en la cesta de emergencia de Willdsor. Parte de la genialidad de Dickens consiste en utilizar estereotipos y caricaturas, gente que reconocemos en el mismo instante en que vuelven a entrar, con lo que el novelista logra al mismo tiempo efectos que no son mecánicos y una visión de la humanidad que no es superficial. Quienes no gustan de Dickens tienen excelentes argumentos. Debería ser un mal escritor. En realidad, es uno de los más grandes, y su enorme éxito en la creación de tipos sugiere que los personajes planos pueden tener más relevancia de la que admiten los críticos más intransigentes. [ … ]
Porque es preciso admitir que los personajes planos en sí no son un logro tan grande como los redondos, y que son mejores cuando son cómicos. Un personaje plano, sea serio o trágico, puede resultar un aburrimiento. Cada vez que interviene gritando «¡Venganza!», «¡Mi corazón se desangra por la humanidad!» o cualquiera que sea su fórmula, se nos cae el alma a los pies. Cierta novela romántica de un popular escritor contemporáneo se construye en tomo a un granjero de Sussex que dice: «¡Voy a arrancar ese tojo!». Tenemos al granjero, tenemos al tojo; el granjero dice que lo va a arrancar y lo arranca; pero no es lo mismo que decir: «Nunca abandonaré al señor Micawber», porque su firmeza nos aburre tanto que no nos importa si consigue arrancar el tojo o no. Si su fórmula se analizara y se conectara con el resto del conjunto humano, ya no nos aburriríamos, la fórmula dejaría de ser el hombre y se convertiría en una obsesión en el hombre; es decir, habría dejado de ser un granjero plano y se habría convertido en un personaje redondo. Sólo los personajes redondos son capaces de desempeñar papeles trágicos durante cierto tiempo, suscitando en nosotros emociones que no sean humor o complacencia. [ … ]
En cuanto a los personajes redondos propiamente dichos, ya los hemos definido implícitamente y no es preciso añadir más. Lo único que cabe hacer es citar algunos ejemplos a fin de poner a prueba la definición.
Todos los personajes principales de Guerra y Paz, todos los de Dostoievski, todos los de Proust (por ejemplo, la vieja familia de criados, la duquesa de Guermantes, el señor de Charlus, Saint-Loup): Madame Bovary (quien, como Moll Flanders, dispone de todo el libro para ella sola y puede extenderse y explayarse sin restricciones); algunos personajes de Thackeray (Becky y Beatriz, por ejemplo); algunos de Fielding (Parson Adams, Tom Jones); algunos de Charlotte Brontë (concretamente, Lucy Snowe), y muchos más … No pretendemos hacer una lista completa. La prueba de un personaje redondo está en su capacidad para sorprender de una manera convincente. Si nunca sorprende, es plano. Si no convence, finge ser redondo pero es plano. Un personaje redondo trae consigo lo imprevisible de la vida -de la vida en las páginas de un libro- Y al utilizarlo, unas veces solo y más a menudo combinándolo con los demás de su especie, el novelista logra su tarea de aclimatación y armoniza al género humano con los demás aspectos de su obra.
Fuente: Forster, E.M., Aspectos de la novela, Debate, Madrid, 1990.