Por Fernando Pessoa
Me gusta decir. Diré mejor: me gusta palabrear. Las palabras son para mí cuerpos tocables, sirenas visibles, sensualidades incorporadas. Tal vez porque la sensualidad real no tiene interés para mí de ninguna especie -ni siquiera material o de ensueño-, se me ha transmutado el deseo hacia aquello que crea en mí ritmos verbales, o los escucha de otros. Me estremezco si dicen bien. Tal página de Fialho, tal página de Chateaubriand, hacen hormiguear a mi vida en las venas, me hacen rabiar trémulamente quieto de un placer inaccesible que estoy teniendo. Tal página incluso de Vieira, en su fría perfección de ingeniería sintáctica, me hace temblar como una rama al viento, en un delirio pasivo de cosa movida.