Por Claudia López Swinyard
cuarentena, día 7
Mario en contrapicado habla. La posición hace que mire el cielo o ángeles sobrevolando Bérgamo. Una especie de Cristo de Milán nos cuenta que no recuerda el momento en que se lo llevaron. Habla de saturación baja con una orfandad que me estrangula. No hubo padre madre ni espíritu santo. Se percibe en su desasosiego una soledad nueva, opuesta a la soltería despreocupada de estudiante burgués y extranjero. Casi no se ven las pestañas y el desconsuelo que lo acompañará para siempre lo transforma en un retrato de los países bajos. Habla argentino pero está desterrado. El hogar se circunscribe a un pequeño balcón al que no puede asomarse. Escucha con melancolía las campanadas que anuncian una muerte cada treinta minutos, contabiliza e informa. A su izquierda, él no lo sabe, la avenida 9 de julio transcurre dentro de un móvil de A24. Mientras avanzamos sobre la línea media Mario sigue buscando palomas y palabras. En la otra pantalla del tríptico el periodista nos mira de frente mientras Mario desaparece de un golpe y aparece una infectóloga de mirada estrábica.