Por Michael Ende
Cuando nos fijamos un objetivo, el mejor medio para alcanzarlo es tomar siempre el camino opuesto. No soy yo quien ha inventado dicho método. Para llegar al paraíso, Dante, en su Divina comedia, comienza pasando por el infierno. Para descubrir las Indias, Cristóbal Colón levó anclas en dirección a América. Para encontrar la realidad hay que hacer lo mismo: darle la espalda y pasar por lo fantástico. Ése es el recorrido que lleva a cabo el héroe de La historia interminable. Para descubrirse, a sí mismo, Bastián debe primero abandonar el mundo real (donde nada tiene sentido) y penetrar en el país de lo fantástico, en el que, por el contrario, todo está cargado de significado. Sin embargo, hay siempre. un riesgo cuando se realiza tal periplo; entre la realidad y lo fantástico existe, en efecto, un sutil equilibrio que no debe perturbarse: separado de lo real, lo fantástico pierde también su contenido. Eso lo aprende Bastián a su paso por la ciudad de los emperadores destronados. Al haber perdido hasta el recuerdo del mundo real, los habitantes de dicha ciudad del absurdo se ven obligados a desparramar al azar las letras del alfabeto durante todo el año, esperando que, en el transcurso de la eternidad, acaben por aparecer todos los libros del mundo, entre los que se encuentra, claro está, La historia interminable.
Fuente: “Michael Ende, la realidad de la fantasía”, El País, 22 de abril de 1984.
Como todo lo que viene de la parte oculta del mundo, la creatividad del hombre no se puede medir, contar ni pesar y no puede entrar por ello en el ámbito de la ciencia. Es sin embargo, al mismo tiempo condición previa de todo trabajo artístico importante, lo cual significa lo siguiente: la ciencia descansa sobre una base que ella no puede explicar en modo alguno. Naturalmente, la cuestión de la creatividad está íntimamente ligada a la cuestión de la libertad humana, pues el hombre jamás es libre en los supuestos de su existencia, que son como un pasado que ha tomado cuerpo, sino sólo en lo que él saca creativamente de sí mismo y en lo que de esa manera configura su porvenir.
Fuente: Ende, Michael, Carpeta de apuntes, Alfaguara, Barcelona, 1996.