Por Astrid Lindgren
Lo he contado ya muchas veces y siempre tengo que hacerlo una vez más, Mi hija Karin estaba en cama enferma de pulmonía. Su consuelo era que yo le contara cuentos y un día, estando yo sentada a su lado, me dijo: «Cuéntame algo de Pippi Calzaslargas». ¡Menudo nombre! Pero yo no pregunté nada, sino que comencé a contar una historia apropiada al estrambótico nombre de su protagonista. Y durante los días que duró la enfermedad, mi hija se obstinó en que le contara más y más. Pippi se convirtió también en la favorita de sus compañeros de escuela. Algo más tarde caí yo enferma y, para paliar el aburrimiento de la convalecencia, se me ocurrió escribir la historia de Pippi en un bonito cuaderno y regalárselo a Marín, que en mayo (1944) cumpliría 10 años.
(…) Aunque es posible que muchas veces sea así, yo no creo que el tener niños cerca sea imprescindible. Cuando yo escribo mis libros no pienso en ningún niño en concreto, pienso en mi niñez, y creo y cuento historias para la pequeña Astrid, para la niña que yo fui una vez, Además, en mi caso hay algo que justifica este comienzo tardío, y es que yo no quería escribir. Me explicaré. De pequeña, en la escuela, y de joven, en el instituto, siempre recibía alabanzas de mis profesoras de sueco por mis redacciones. La verdad es que me cansé de oír tanto «Astrid va a ser escritora», «Astrid va a ser la nueva Selma Lagerlöf» y como protesta decidí no intentar nunca escribir un libro. Así pasaron los años, y sólo cuando me puse a escribir Pippi para el cumpleaños de mi hija me di cuenta de que aquello verdaderamente me gustaba.
(…) Cuando lo envié estaba muy insegura; de alguna manera me daba cuenta de que no era «conveniente», de que funcionaba con Karin y sus amigos, pero quizás no con todos los niños. Prueba de mi temor fue la frase final de la carta que mandé a la editorial: «… en la esperanza de que no informen a la Oficina de Protección del Menor». Pero yo creía en Pippi, así que no me di por vencida. Me había entrado el gusanillo de escribir y había presentado Cartas de Britt-Marie a un concurso de literatura juvenil convocado por una pequeña y joven editorial, Rabén & Sjörgren. Gané el segundo premio y les presenté de paso Pippi, que aceptaron un año más tarde. Fue una suerte, porque Pippi salvaría a la editorial, que entonces tenía enormes problemas económicos. Y lo mismo puede decirce de la editorial alemana. Friedrich Oettinger vino a Estocolmo dos años más tarde porque quería ver ese libro tan especial para su jovencísima editorial. Desde entonces, Oettinger ha publicado puntualmente cada uno de mis libros.