Por Truman Capote
“Es decir, yo siempre me pongo muy, muy nervioso al comienzo de la jornada de trabajo. Me lleva mucho tiempo empezar. Una vez que empiezo, voy tranquilizándome un poco, pero haría cualquier cosa por aplazarlo para más tarde. Debo tener unos quinientos lápices afilados, pero vuelvo a sacarles punta hasta dejarlos en nada. En cualquier caso, me las arreglo para escribir unas cuatro horas al día”.
“No puedo pensar a menos que esté acostado, ya sea en la cama o estirado en un sofá y con un cigarrillo y café a la mano.Tengo que estar fumando y bebiendo. A medida que la tarde avanza, me muevo desde el café al té de menta hacia el jerez y el martini”.
“Lo que hago es trabajar cuatro horas al día y luego, normalmente por la mañana temprano, leo lo escrito y hago muchos cambios y correcciones. Mire, escribo a mano y hago dos versiones de todo. Primero escribo en papel amarillo, luego en papel blanco y, al final, cuando lo tengo más o menos resuelto de la manera que quiero, lo paso a máquina. Cuando lo escribo a máquina es cuando hago la corrección final. Después nunca cambio una palabra”.
“Empecé a escribir cuando tenía ocho años: de improviso, sin inspirarme en ejemplo alguno. No conocía a nadie que escribiese y a poca gente que leyese. Pero el caso era que solo me interesaban cuatro cosas: leer libros, ir al cine, bailar zapateado y hacer dibujos. Entonces, un día comencé a escribir, sin saber que me habla encadenado de por vida a un noble pero implacable amo. Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse” .