Por Cynthia Rimsky
Para los que vivimos al otro lado del río, cruzar por alguno de los 38 puentes sobre el Mapocho es algo tan cotidiano como lavarse las manos, vestirse, desayunar. Se cruza el puente como se cruzaría una calle, sin pensar que se camina por el vacío, que en vez de tierra, bajo nuestros pies corre agua, y un corte podría dejarnos aislados.
Meryl Streep, en la película Los puentes de Madison, cruza diariamente un viejo puente para ir y venir a su casa, a su marido, a sus hijos. Un día, Clint Eastwood, comisionado por el National Geographic, llega a fotografiar el puente y Streep se da cuenta que el puente que cruza diariamente no sólo lleva a su casa, a sus hijos, a su esposo. “Creo que los lugares en los que he estado y las fotos que he hecho durante mi vida me han estado conduciendo hacia ti”, le dice Clint Eastwood y Meryl Streep le contesta: “El amor no obedece a nuestras esperanzas, su misterio es puro y absoluto”.
Al cruzar el puente de la mano de Eastwood, la Streep cambia su manera de mirar. No es casualidad que él sea fotógrafo. Un fotógrafo enseña a mirar lo que vemos todos los días, con otros ojos, con los ojos de otro, con asombro. La Streep recuerda que de joven también se preguntó qué había al otro lado y, al cruzar el puente, presintió que al otro lado la esperaba un misterio.
La rutina, los ritos cotidianos, los pequeños logros, fueron adormeciendo en ella el deseo de arrojarse al misterio que un día entrevió al otro lado. Hasta que llegó un forastero y volvió a sentir que el puente que conducía a su casa, a sus hijos, a su esposo, también podía conducirla lejos de allí. En la película, la Streep decide continuar con su antigua vida y deja partir a Eastwood. Pero cruzar aquel puente no volvió a ser igual.
En Europa, muchas ciudades están construidas junto a un río. Originalmente, plantadas en una orilla, el desarrollo económico las impulsó a expanderse hacia la otra, y se hizo necesario construir más de un puente. Uno de los más bellos es el puente de Carlos, que atraviesa el ríoMoldava, en la ciudad de Praga. Su construcción comenzó en 1357 y conecta la ciudad vieja con el castillo. Está protegido por 3 torres y decorado por 30 estatuas de estilo barroco. Durante el día los comerciantes de baratijas llenan el puente a la espera de los turistas, pero por la noche, bajo la espesa neblina que parece surgir de las aguas, se alcanzan a escuchar los cascos de los caballos que se dirigen a palacio y en el silencio que sigue, los apresurados pasos del escritor Franz Kafka que regresa a casa del padre.
Famosos son también los 37 puentes sobre el río Sena en París. Los conocí a través del escritor de novelas policiales, George Simenon. Luego vendría la novela Rayuela de Julio Cortazar. Innumerables veces crucé junto a sus personajes las riberas del Sena y, cuando viajé a París, una de mis primeros paseos fue al Pont Neuf, el más antiguo de los puentes parisinos.
En Santiago también tenemos puentes que datan de 1890 y que fueron construidos por empresas francesas. Los más antiguos están entre la Plaza Italia y la estación Mapocho. El que sigue más abajo del puente Pío Nono está cerrado al tránsito de vehículos. Cuando lo conocí, tenía dos o tres asientos donde las parejas disfrutaban acarameladas del crepúsculo. La Municipalidad tuvo la brillante idea de convertir el puente en un negocio rentable. Las parejas fueron expulsadas. Pasaron y quebraron varios restaurantes y bares. El único que ha dado resultado es el teatro del Puente, donde se pueden ver obras de teatro de directores jóvenes y que abrirá un café para sentarse por las tardes, no solo a contemplar el crepúsculo, también a escuchar el sonido de las aguas y sentir cómo el puente se cimbra.
Otro puente antiguo que cerraron fue el de Los Carros, entre Recoleta e Independencia. Hasta hace algunos años vendían verduras de rebusca. Después de cosechar las mejores verduras y frutas, algunos dueños de parcelas permiten la entrada de personas necesitadas que recogen las verduras y frutas defectuosas o de menor calidad. Hoy, además de las verduras y frutas, se pueden encontrar productos coreanos y chinos, y los peruanos venden desde tallarín salteado hasta ceviche.
Un año, creo que fue en 1987, vivía en la calle Maruri cuando comenzó a llover. Llovió todo el día. A las seis de la tarde recibí el llamado preocupado de mi pareja que trabajaba como fotógrafo en un diario. Las noticias decían que el río Mapocho estaba por desbordarse. Fui hasta el puente Cal y Canto. Estaba interrumpido el paso. En ambos extremos del puente, la gente se agolpaba esperando regresar a casa. Mi pareja estaba del otro lado. Yo de este. No recuerdo cuánto tiempo estuvimos separados por la amenaza del desborde, lo suficiente para que ambos pensáramos qué pasaría en nuestras vidas si el puente se cortaba.