Por Alice Munro
No me sobra energía literaria. Siempre me sorprendió que Virginia Woolf tuviese tiempo para llevar un diario además de escribir novelas y ensayos. No puedo entender cómo se las arreglaba. Claro que las mujeres inglesas de esa generación tenían servicio doméstico, algo que en Canadá nunca existió. Woolf de hecho escribió mucho sobre su mucama, sobre las peleas y enfados que tenía con ella. Pero en Canadá esto era impensable, la gente trabajaba todo el día –hombres y mujeres– en pequeños campos que no eran muy generosos. Mi gente es muy diferente de los americanos porque no eran ambiciosos, eso estaba muy mal visto. Había una fuerte ética del trabajo pero no para hacer dinero, que era considerado vulgar, sino como parte de un puritanismo. Era una cuestión de honor vivir en una casa vieja, pero nunca tener que pedirle nada a nadie. En mi familia no eran fundamentalistas religiosos, pero cualquier cosa que llamase la atención hacia uno mismo era considerado un pecado terrible.
No sé si soy feliz cuando estoy escribiendo. ¿Una patinadora profesional es feliz cuando está patinando? Es un trabajo duro, pero es lo que sabe hacer. Sé que soy feliz cuando me viene una idea y puedo ponerme a trabajar de manera estructurada, y sé también que no soy muy buena tomando vacaciones o haciendo fiaca. Entonces, en mi tiempo libre lo que hago es ir manejando por el campo con mi marido, que es geólogo y geógrafo, identificando cosas del paisaje. Ésa es una ocupación concreta, muy buena para mí, y además mis libros tienen mucho sobre el campo y los paisajes, así que siento esos paseos como parte de una investigación previa a la escritura. Saber que esas excursiones después me van a servir para mi literatura hace que me relaje y las disfrute como algo que un poco cuenta como trabajo, que así está justificado, con lo cual vuelvo a esta marca que me dejó el presbiterianismo,
Adoraría escribir ahora una novela, pero el cuento resulta la forma en la que me siento cómoda. Yo siempre pensé que iba a ser novelista. Me decía que cuando mis chicos fuesen grandes y yo tuviese más tiempo para escribir novelas, iba a hacerlo. El cuento estaba puramente determinado por el largo de las siestas de mis hijos Pero después resultó que ésa fue la manera en la que aprendí a escribir y ya no pude hacer otra cosa. Igual debo aclarar que las novelas que más me gustan son las cortas. Mi marido está releyendo el ‘Ulises’, libro grueso si los hay, y todas las noches, cuando me lee un poquito en voz alta, yo pienso, “Qué audaz que soy, cómo tengo el coraje de llamarme escritora cuando alguien escribió esa maravilla”. Pero supongo que hay que seguir adelante con lo único que uno sabe hacer, ¿no? supongo.