Por Nadine Gordimer
En primer lugar, soy escritora. Escribo desde los nueve años. Conforme crecí, descubrí las cosas extrañas que sucedían a mi alrededor. Estudié en un convento para niñas blancas y los sábados íbamos a cines exclusivos para blancos; los negros tampoco podían entrar a la biblioteca municipal.
Todo eso me llamaba la atención. Recuerdo que mi madre me motivaba para que leyera y pronto tomé todo tipo de libros. Si hubiera sido negra me habría sido más difícil ser escritora porque la única capacitación para un escritor es leer y leer. Creo que ese tipo de experiencias me orilló al activismo al que se refiere. Por otro lado, no son actividades complementarias, al final ambas obedecen a cuestiones individuales.
Empecé a preguntarme por qué podía usar la biblioteca o ir al cine. Mi madre tuvo lo que podría llamarse una conciencia social. Pertenecía a un grupo de mujeres blancas que organizaron una cruzada para construir una escuela en el barrio negro. No fue una activista, no se inscribió al Partido Comunista pero estaba a disgusto con la situación de los negros. Por supuesto, teníamos un sirviente negro, a quien se le trataba de manera decente.
Así fue como adquirí conciencia. Cuando tenía quince años los negros no podían tomar las bebidas locales; fabricaban las suyas con maíz. Había redadas. En una ocasión salimos al patio y vimos que la policía revisaba las pertenencias de nuestra sirvienta. Mis papás se quedaron parados y no cuestionaron a la autoridad. De este suceso nació una de mis primeras historias de aventuras. Me llamó la atención cómo los blancos se habían quedado de pie mientras las pertenencias de esta mujer iban a dar al suelo.
(…) No es una cuestión de deber. Si vives en una situación de opresión el contexto presiona para escribir sobre tu entorno. En mi caso, me parecía normal escribir sobre racismo porque así era el clima en que vivía. Si vives en un lugar donde hay nieve, seguramente tus libros tendrán climas fríos. Tus escenas de vida provienen del lugar en el que vives.