Por Javier Marías
Hace poco me ocurrió algo curioso. Un antiguo amigo de mis 17 o 18 años, al cual no veo casi nunca, me manda siempre en Navidad una carta recordando cosas. Tenía una memoria extraordinaria para recordar cosas que le hacían gracia. Desde siempre. Pero no me pone el remite ni el teléfono, por lo que no le puedo contestar ni nada. Por ejemplo, me decía: «recuerdo perfectamente en una fiesta, a los 17 años, que te refugiabas frecuentemente en la cocina. Entró una chica y te dijo: “Hay que ver, no paras de comer”. Y tú le contestaste: “No sería así si me estuvieras besando”». Yo a los 17 años no recuerdo haber tenido tanto desparpajo para decirle eso a una chica, y no recuerdo en absoluto esa escena. Es un detalle en una fiesta que a un amigo se le quedó grabado. Lo tenía olvidado. Y tampoco lo recuerdo ahora que me lo han recordado. Y lo verdaderamente olvidado jamás se recuerda. Hay cosas que están aparentemente olvidadas, pero si uno hace un esfuerzo o si por un azar viene a uno el recuerdo sí se recupera. Recuerdo algunas cosas inverosímiles. Creo que lo conté en La negra espalda del tiempo. Yo viví tres años con una mujer hace unos cincuenta años. Esa mujer había sufrido una operación que le dejó una cicatriz en el pecho. Pero hablando con un amigo que la conocía también y que la había visto en traje de baño mencionó que la cicatriz estaba en el muslo. «Claro». Yo estuve viviendo tres años con esa mujer, y esa cicatriz en el muslo la vi como quien dice a diario durante ese tiempo. ¡Cómo pude haberme olvidado hasta el punto de confundirme y pensar que la cicatriz la tenía en el pecho! Cuando este amigo me lo dijo lo recordé. Pero lo había olvidado. Son cosas inverosímiles, que suceden de vez en cuando. En ese sentido, uno no recuerda a voluntad. Solamente recuerda cuando algo le propicia el recuerdo de lo que realmente ha olvidado. Quizá porque sufrí mucho por causa de esa mujer y, al cabo del tiempo y una vez que esa historia terminó, procuré olvidar todo hasta el punto de olvidar ese factor, ese detalle.
Hay algo que me han sucedido muchas veces. Personas que me han conocido, ya siendo escritor, me han dicho: «¡Uy, contigo hay que tener mucho cuidado porque te fijas en todo y lo recuerdas todo!». ¿Yo? Si soy más bien distraído. Recuerdo que a veces me cruzaba con mi padre cerca de la que era nuestra casa común y no le veía. «Adiooos», me decía. Normalmente voy abstraído, y no me fijo en nada ni me fijo en la gente, pero me doy cuenta de que me debo fijar más de lo que creo que me fijo sin darme cuenta de que me fijo, porque hay muchas cosas que luego recupero en la escritura. De pronto me aparece un detalle de alguien, pero que yo no había estado fijándome en ello.