Por Pier Paolo Pasolini
Así que vuelvo al ambiente en el que vivo, que es un ambiente que se está acercando a pasos agigantados a la situación general del capitalismo norteamericano. Es cierto, Italia, en los últimos seis o siete años, ha dado pasos gigantescos, más importantes que en sus cien años anteriores, precisamente hacia el neocapitalismo, la industrialización etc., etc. Precisamente esto ha originado mi crisis personal, lo que me ha llevado a pasar de un periodo gramsciano mítico-épico a un periodo digamos que problemático, un periodo que implica -parece extraño- una postura más aristocrática y un trabajo más elitista, más complejo. Ahora bien, tal vez dependa de las circunstancias: en un mundo donde siento que mis destinatarios han cambiado idealmente, en un mundo donde el pueblo, la clase obrera y los intelectuales avanzados ya no constituyen ese público al que me dirijo idealmente, sino que es un mundo mucho más complicado, con un trasfondo de cultura de masas aún indefinible y amenazante, que en Italia todavía no está tan presente, donde la idea de pueblo y de burguesía se están confundiendo de la manera más inaudita, bien, en este momento, es objetivamente posible que, por fuerza, mi yo problemático tenga que hacerse aún más difícil, y, por tanto, tenga que dirigirme a las élites. Sin embargo, en esta operación hay incluso algo voluntario. Este algo voluntario lo expresaré con más claridad si le hablo un momento de teatro.
[…] De todos modos, cerremos este paréntesis y volvamos a las razones personales por las que llegué al teatro. Digamos que fue de manera intuitiva. Después, naturalmente, llegó el momento de la reflexión crítica y entendí esto: que en el fondo yo había elegido teatro porque había decidido hacer algo que, por su naturaleza, por su definición, nunca pudiese convertirse en un medio de masas. Y, de hecho, el teatro no es reproducible. No se puede reproducir, no se puede hacer una serie. Con esto quiero decir que la literatura en Italia, como ya ocurre en los estados más avanzados, empieza a estar amenazada por la industria comercial, por la mercantilización. El cine ya está muy amenazado por esta situación. De hecho, ver la tragedia Teorema para mí representa una angustia continua, pues era una película nacida para ser cine de ensayo, de élite, pero que fue lanzada a la masa, que luego la interpreta, la transforma a su manera que me desmoraliza, que, en fin, me angustia.
Sin embargo el teatro escapa a todo esto, pues, por muy grande que sea el número de espectadores que ve un texto teatral, nunca llegará a coincidir con lo que se denomina “masa”. Lo constituye un público de carne y hueso, un centenar de personas identificables una por una, ante los actores de carne y hueso. Así pues, esta elección del teatro, como medio que nunca podrá ser masa, puede ser paradigma para toda mi obra. Esto vale también para la poesía. La poesía que estoy escribiendo ahora es una poesía desagradable, desapacible, una poesía apenas consumible, también en el sentido exterior del término. Yo sé que la poesía es inconsumible, sé bien que es retórico decir que los libros de poesía también son productos de consumo, porque, por el contrario, la poesía no se consume. Los sociólogos se equivocan en este punto, tienen que revisar sus ideas. Dicen que el sistema se lo come todo, que lo asimila todo. No es cierto, hay cosas que el sistema no puede asimilar, no puede digerir. Una de ellas, por ejemplo, es precisamente la poesía: en mi opinión, es inconsumible. Uno puede leer miles de veces un libro de poemas y no consumirlo. La consumición la sufre el libro, pero no la poesía.
Por tanto, para concluir, sé perfectamente que la poesía es inconsumible en lo más profundo, pero yo quiero que sea lo menos consumible posible también exteriormente. Lo mismo vale para el cine: haré cine cada vez más difícil, más árido, más complicado, y quizá incluso más provocador, para que sea lo menos consumible posible, exactamente igual que con el teatro, que no puede convertirse en un medio de masas, por lo que el texto permanece sin consumir.